El tiempo lógico y el aserto de
certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma
Un problema de lógica
El director de la cárcel hace
comparecer a tres detenidos selectos y les comunica el aviso siguiente:
"Por razones que no tengo
por que exponerles ahora, señores, debo poner en libertad a uno de ustedes.
Para decidir a cual, remito la suerte a una prueba a la que se someterán
ustedes, si les parece.
"Son ustedes tres aquí
presentes. Aquí están cinco discos que no se distinguen sino por el color: tres
son blancos, y otros dos son negros. Sin enterarles de cuál he escogido, voy a
sujetarle a cada uno de ustedes uno de estos discos entre los dos hombros, es
decir fuera del alcance directo de su mirada, estando igualmente excluida toda
posibilidad de alcanzarlo indirectamente por la vista, por la ausencia aquí de
ningún medio de reflejarse.
"Entonces, Ies será dado
todo el tiempo para considerar a sus compañeros y los discos de que cada uno se
muestre portador, sin que les esté permitido, por supuesto, comunicarse unos a
otros el resultado de su inspección. Cosa que por lo demás les prohibiría su
puro interés. Pues será el primero que pueda concluir de ello su propio color
el que se beneficiaría de la medida liberadora de que disponemos.
"Se necesitará además que su
conclusión esté fundada en motivos de lógica, y no únicamente de probabilidad.
Para este efecto, queda entendido que, en cuanto uno de ustedes esté dispuesto
a formular una, cruzará esta puerta a fin de que, tomado aparte, sea juzgado
por su respuesta. "
Aceptada la propuesta, se adorna
a cada uno de nuestros sujetos con un disco blanco, sin utilizar los negros, de
los cuales, recordémoslo, solo se disponía de dos.
¿Cómo pueden los sujetos resolver
el problema?
La solución perfecta
Después de haberse considero
entre ellos durante cierto tiempo, los tres sujetos dan juntos algunos pasos,
que los llevan a cruzar la puerta todos a una. Separadamente, cada uno da
entonces una respuesta semejante, que se expresa así:
''Soy un blanco, y he aquí como
lo sé.
Dado que mis compañeros eran blancos,
pensé que,
si yo fuese negro,
cada
uno de ellos hubiera podido inferir de ello lo siguiente:
"Si yo también
fuese negro,
el otro,
puesto que debería reconocer en esto inmediatamente que
el es blanco,
habría salido en seguida;
por lo tanto yo no soy un negro".
Y los dos habrían salido juntos, convencidos de ser blancos
Si no hacían tal
cosa, es que yo era un blanco como ellos.
Así que me vine a la puerta para dar
a conocer mi conclusión".
Así es como los tres salieron
simultáneamente, dueños de las mismas razones de concluir.
Valor sofístico de esta solución
Esta solución, que se presenta
como la más perfecta que pueda tener el problema, ¿puede ser alcanzada en la
experiencia? Dejamos a la iniciativa de cada uno el cuidado de decidirlo.
No ciertamente porque vayamos a
aconsejar que se haga la prueba al natural, aunque el progreso antinómico de
nuestra época parece desde hace algún tiempo poner sus condiciones al aIcance
de un número cada vez mayor: tememos, en efecto, aun cuando aquí solo se trate
de ganadores, que el hecho no se aparta demasiado de la teoría, y además no nos
contamos entre esos recientes filósofos para quienes la opresión de cuatro
muros no es sino un favor más para el cogollo de la libertad humana.
Pero, practicada en las
condiciones inocentes de la ficción, la experiencia no decepcionará, lo
garantizamos, a aquellos que conservan algún gusto por el asombro. Tal vez se
muestra para el psicólogo de algún valor científico, por lo menos si damos fe a
lo que nos pareció que se desprendía de ella, por haberla ensayado en diversos
grupos convenientemente escogidos de intelectuales calificados, en cuanto a un
muy especial desconocimiento, en esos sujetos, de la realidad del prójimo.
En cuanto a nosotros, no queremos
detenernos aquí más que en el valor lógico de la solución presentada. Nos
parece, en efecto, como un notable sofisma, en el sentido clásico de la
palabra, es decir como un ejemplo significativo para resolver las formas de una
función lógica en el momento histórico en que su problema se presenta al examen
filosófico. Las imágenes siniestras del relato se mostrarán sin duda
contingentes. Pero, por poco que nuestro sofisma no deje de responder a alguna
actualidad de nuestro tiempo, no es superfluo que lleve su signo en tales
imágenes, y por eso le conservamos su soporte, tal como el ingenioso anfitrión
de una noche lo trajo a nuestra reflexión.
Nos ponemos ahora bajo los
auspicios de ese que a veces se presenta en el hábito del filósofo, que con mas
frecuencia debe buscarse ambiguo en los dichos del humorista, pero con quien se
tropieza siempre en lo secreto de la acción del político: el buen lógico,
odioso al mundo.
Discusión del sofisma
Todo sofisma se presenta en
primer lugar como un error lógico, y la objeción a éste encuentra fácilmente su
primer argumento. Llamaremos
A al sujeto real que viene a concluir por si
mismo,
B y C a los otros reflejados sobre la conducta de los cuales establece
su deducción.
Si la convicción de B se nos dirá, se funda sobre la expectativa
de C,
la seguridad de aquélla debe lógicamente disiparse con la ruptura de
ésta;
recíprocamente para C: con relación a B;
y tenemos a los dos quedándose
en la indecisión.
Nada hace pues necesaria su partida en el caso de que A fuese
un negro.
De donde resulta que A no puede deducir de ello que él sea un blanco.
A lo cual hay que replicar en
primer lugar que toda esa cogitación de B y de C les es imputada en falso,
puesto que la única situación que podría motivarla en ellos: ver un negro, no
es la verdadera, y que se trata de saber si, suponiendo esa situación, su
desarrollo lógico les es imputado sin razón. No hay nada de eso. Pues, en esa
hipótesis,
es el hecho de que ninguno de los dos
haya partido el primero
el que
permite a cada uno
pensarse como blanco,
y a claro que
bastaría con que
vacilasen un instante
para que cada uno de ellos confirmase,
sin duda posible,
su convicción de ser un blanco.
Porque la vacilación está excluida lógicamente
para quienquiera que viese dos negros.
Pero está excluida también realmente, en
esta primera etapa de la deducción,
pues no encontrándose ninguno en presencia
de un blanco y de un negro,
no cabe que nadie salga por la razón que de ello se
deduce.
Pero la objeción se vuelve a
presentar más fuerte en la segunda etapa de la deducción de A.
Porque, si bien
ha llegado con todo derecho a su conclusión de que él es un blanco,
estableciendo que si él fuese negro
los otros no tardarían en saberse blancos y
deberían salir,
ahora tiene que abandonarla, apenas la ha formado,
puesto que
en el momento en que es movido por ella,
ve a los otros hacer el mismo ademán
que él.
Antes de responder a esto,
volvamos a plantear bien los térrninos lógicos del problema,
A designa a cada
uno de los sujetos en cuanto que está él mismo en la palestra y se decide o no
a concluir sobre sí mismo.
B y C son los otros dos en cuanto objetos del
razonamiento de A.
Pero si éste puede imputarle correctamente, acabamos de
mostrarlo,
una cogitación de hecho falsa,
no podría en cambio tener en cuenta
más que su comportamiento real.
Si A, al ver a B y C disponerse a
moverse con él,
vuelve a dudar de ser visto negro por ellos,
basta con que
vuelva a plantear la cuestión, deteniéndose, para resolverla.
Los ve en efecto
detenerse también:
porque estando cada uno realmente en la misma situación que
él, o, mejor dicho,
siendo cada uno de los sujetos A en cuanto real,
es decir
en cuanto se decide o no a concluir sobre sí mismo,
encuentra la misma duda en
el mismo momento que él.
Pero entonces,
cualquiera que sea el pensamiento que,
A impute a B y a C,
con toda razón concluirá de nuevo que él es un blanco.
Porque establece derechamente que, si él fuese un negro,
B y C hubieran debido
proseguir;
o bien si admite que vacilan, según el argumento precedente,
que
encuentra aquí el apoyo de los hechos y que los haría dudar si no son ellos
mismos negros, que por lo menos deberían volver a echar a andar antes que él
(puesto que, siendo negro, da a su vacilación misma su alcance seguro para que
concluyan que son blancos),
Y es porque, viéndolo de hecho blanco,
no hacen tal
cosa,
por lo que toma él mismo la iniciativa de hacerla,
es decir que vuelven a
ponerse en marcha todos juntos,
para declarar que son blancos.
Pero se nos puede oponer todavía
que al levantar así el obstáculo no hemos refutado por ello la objeción lógica,
y que va a presentarse otra vez igual con la reiteración del movimiento
y a
reproducir en cada uno de los sujetos la misma duda y la misma parada.
Sin duda,
pero algún progreso
lógico tiene que haberse cumplido.
Por la razón de que esta vez A no puede
sacar de la parada común sino una conclusión inequívoca.
Es que, si él fuese
negro,
B y C no hubiesen debido detenerse en absoluto.
Pues en el punto
presente queda excluido que puedan vacilar una segunda vez
en concluir que son
blancos:
una sola vacilación, en efecto, es suficiente
para que uno a otro se
demuestren que ciertamente ni uno ni otro son negros.
Si por lo tanto B y C se
han detenido,
A no puede ser sino un blanco.
Es decir que los tres sujetos se
encuentran esta vez confirmados en una certidumbre,
que no permite ni a la
objeción ni a la duda renacer.
El sofisma conserva pues, tras la
prueba de la discusión,
todo el rigor constrictivo de un proceso lógico,
a
condición de que se le integre el valor de las dos escansiones suspensivas,
lo
cual en esta prueba se muestra verificado
en el acto mismo en que cada uno de
los sujetos manifiesta que
ello le ha llevado a su conclusión.
Valor de las mociones suspendidas
en el proceso
¿Está justificado integrar en El
valor del sofisma las dos mociones suspendidas aparecidas así?
Para decidirlo,
es preciso examinar cuál es su papel en la solución del proceso lógico.
Ese papel, en efecto, solo lo
desempeñan después de la conclusión del proceso lógico,
puesto que el acto que
suspenden
manifiesta esa conclusión misma.
No se puede pues objetar con ello
que hagan entrar en la solución
un elemento externo al proceso lógico mismo.
Su papel, aunque crucial en la
práctica del proceso lógico,
no es el de la experiencia en la verificación de
una hipótesis,
sino por ell contrario el de un hecho intrínseco a la ambigüedad
lógica.
Por el primer aspecto,
efectivamente, los datos del problema se descompondrían así:
1ro. Son lógicamente posibles
tres combinaciones de los atributos característicos de los sujetos: dos negros,
un blanco;
un negro, dos blancos;
tres blancos.
Quedando excluida la primera
por la observación de todos ellos,
queda abierta una incógnita entre las otras
dos,
que viene a resolver:
2do. El dato de experiencia de
las mociones suspendidas,
que equivaldría a una señal por la cual los sujetos
se comunican unos a otros,
bajo la forma determinada por las condiciones de la
prueba,
lo que les está vedado intercambiar bajo una forma intencional:
a saber
lo que ve cada uno del atributo del otro.
No hay nada de esto,
porque ello
sería tanto como dar del proceso lógico una concepción especializada,
aquella
misma que asoma cada vez que toma el aspecto del error y
que es la única que
objeta a la solubilidad del problema.
Es precisamente porque nuestro
sofisma no la tolera
por lo que se presenta como una aporía
para las formas de
la lógica clásica,
cuyo prestigio "eterno" refleja esa invalidez que
no por ser la suya es menos reconocida (2):
a saber que no aportan nunca nada
que no pueda ya ser visto de un solo golpe.
Muy al contrario,
la entrada en
juego como
significantes de los fenómenos aquí en litigio
hace prevalecer la
estructura temporal y no espacial del proceso lógico.
Lo que las
mociones
suspendidas denuncian
no es lo que los sujetos ven,
es lo que han encontrado
positivamente
por lo que no ven:
a saber
el aspecto de los discos negros.
Aquello por lo que son significantes
está constituido no por su dirección
sino
por su tiempo de suspensión.
Su valor crucial no es el de una elección binaria
entre dos combinaciones yuxtapuestas en lo inerte (3),
y descabaladas por la
exclusión visual de la tercera,
sino la del movimiento de verificación
instituido por
un proceso lógico en que el sujeto ha transformado
las tres
combinaciones posibles
en tres tiempos de posibilidad.
Por eso, también, mientras una
sola señal debería bastar
para la única elección que impone la primera
interpretación errónea,
dos escansiones son necesarias para la verificación de
los
dos lapsos que implica la segunda y única válida.
Lejos de ser un dato de
experiencia externa en el proceso lógico,
las mociones suspendidas son en él
tan necesarias que
solo la experiencia puede hacer que el sincronismo que
implican de
un sujeto de pura lógica deje de producirse en ese proceso y que
fracase
su función en el proceso de verificación.
No representan allí, en efecto,
sino los niveles de degradación cuya
necesidad hace aparecer el orden creciente
de las instancias del tiempo que se
registran en el proceso lógico para
integrarse en su conclusión.
Como se ve en la determinación
lógica de los tiempos de suspensión que ellas constituyen,
la cual,
objeción
del lógico o duda del sujeto,
se revela cada vez como el desarrollo subjetivo
de una instancia del tiempo,
o mejor dicho,
como la fuga del sujeto en una
exigencia formal.
Estas instancias del tiempo,
constituyentes del proceso del sofisma,
permiten reconocer en él
un verdadero
movimiento lógico.
Este proceso exige el examen de la calidad de sus tiempos.
La modulación del tiempo en el
movimiento del sofisma; el instante de...
La modulación del tiempo en el
movimiento del sofisma; el instante de la mirada,
el tiempo para comprender y el
momento de concluir
Se aíslan en el sofisma tres
momentos de la evidencia, cuyos valores lógicos se revelarán diferentes y de
orden creciente. Exponer su sucesión cronológica es también especializarlos
según un formalismo que tiende a reducir los discursos a una alineación de
signos. Mostrar que la instancia del tiempo se presenta bajo un modo diferente
en cada uno de estos momentos es preservar su jerarquía revelando en ellos una
discontinuidad tonal, esencial para su valor.
Pero captar en la modulación del
tiempo
la función misma por donde cada uno de esos momentos,
en el tránsito
hasta el siguiente, se reabsorbe en él,
subsistiendo únicamente el último que
los absorbe,
es restituir su sucesión real y comprender verdaderamente su
génesis en el movimiento lógico.
Es lo que vamos a intentar a partir de una
formulación,
tan rigurosa como sea posible,
de esos momentos de la evidencia;
1ro. Estando ante dos negros,
se
sabe que se es un blanco.
Es ésta una exclusión lógica que
da su base al movimiento.
Que le sea anterior, que se la pueda considerar como
dada a los sujetos con los datos del problema,
los cuales prohiben la
combinación de tres negros,
es cosa independiente de la contingencia dramática
que aísla su enunciado en prólogo.
Expresándola bajo la forma dos negros :: un
blanco,
se ve el valor instantáneo de su evidencia,
y su tiempo de fulguración,
si así puede decirse, equivaldría a cero.
Pero ya desde el punto de partida
su formulación se modula:
por la subjetivación que se dibuja en ella, aunque
impersonal bajo la forma de
"se sabe que...",
y por la conjunción de
las proposiciones que, más que ser una hipótesis formal, representa una matriz
suya todavía indeterminada, digamos esa forma de consecuencia que los
lingüistas designan bajo los términos
de prótasis y apódosis; "De ser. .
., sólo entonces se sabe que se es. . ."
Una instancia del tiempo cava el
intervalo para que lo dado
de la prótasis,
"ante dos negros",
se mude
en el dato de la apódosis,
"uno es un blanco":
se necesita para ello
el instante de la mirada.
En la equivalencia lógica de los dos términos:
"Dos negros: un blanco",
esta modulación del tiempo introduce la
forma que,
en el segundo momento, se cristaliza en hipótesis auténtica,
porque
va a apuntar a la incógnita real del problema, a saber
el atributo ignorado del
sujeto mismo.
En este tránsito, el sujeto encuentra la siguiente combinación
lógica y,
siendo el único que puede asumir el atributo del negro,
llega, en la
primera fase del movimiento lógico, a formular así la evidencia siguiente:
2do. Si yo fuese un negro,
los
dos blancos que veo
no tardarían en reconocerse como blancos.
Es ésta una intuición por la cual
el sujeto objetiva algo más que los datos de hecho cuyo aspecto se le ofrece en
los dos blancos; es cierto tiempo el que se define (en los dos sentidos de
tomar su sentido y de encontrar su límite) por su fin, a la vez meta y término,
a saber, para cada uno de los dos blancos
el tiempo para comprender, en la
situación de ser un blanco y un negro, que tiene en la inercia de su semejante
la clave de su propio problema. La evidencia de este momento supone la duración
de un
tiempo de meditación que cada uno de los dos blancos debe comprobar en el
otro y que el sujeto manifiesta en los términos que pone en labios del uno y el
otro, como si los hubiera visto inscritos en un banderín:
"Si yo fuese un
negro,
el habría salido sin esperar un instante.
Si se queda meditando,
es que
soy un blanco".
Pero de este tiempo así
objetivado en su sentido, ¿cómo medir el Iímite?
El tiempo para comprender
puede reducirse al instante de la mirada, pero esa mirada en su instante puede
incluir todo el tiempo necesario para comprender. Así, la objetividad de este
tiempo se tambalea en su limite. Sólo subsiste su sentido con la forma que
engendra de sujetos indefinidos salvo por su reciprocidad, y cuya acción está
suspendida por una causalidad mutua en un tiempo que se escabulle bajo el
retorno mismo de la intuición que ha objetivado. Por esta modulación del tiempo
es por la que se abre, con la segunda fase del movimiento Iógico, la vía que
lleva a la evidencia siguiente:
3ro. Me apresuro a afirmar que
soy un blanco,
para que estos blancos, así considerados por mí,
no se me
adelanten en reconocerse por lo que son.
Es éste el aserto sobre uno
mismo, por el que el sujeto concluye el movimiento lógico en la decisión de un
juicio. El retorno mismo del movimiento de comprender, bajo el cual se ha
tambaleado la instancia del tiempo que lo sostiene objetivamente, se prosigue
en el sujeto en una reflexión, en la que esta instancia resurge para él bajo el
modo subjetivo de un tiempo de retraso respecto de los otros en ese movimiento
mismo, y se presenta lógicamente como la urgencia del momento de concluir.
Más exactamente, su evidencia se
revela en la penumbra subjetiva, como la iluminación creciente de una franja en
el límite del eclipse que sufre bajo la reflexión la objetividad del tiempo
para comprender.
Este tiempo, en efecto, para que
los dos blancos comprendan la situación que los coloca en presencia de un
blanco y de un negro, aparece al sujeto que no difiere lógicamente del tiempo
que él ha necesitado para comprenderla, puesto que esa situación no es otra que
su propia hipótesis. Pero, si esta hipótesis es verdadera, los dos blancos ven
realmente un negro, no han tenido pues que suponer ese dato. Resulta pues de
ello que, si tal es el caso, los dos blancos se le adelantan en el tiempo de
compás que implica en su detrimento el haber tenido que formar esa hipótesis
misma. Es pues el momento de concluir que él es blanco; efectivamente, si deja
que se le adelanten sus semejantes en esa conclusión, ya no podrá reconocer si
no es un negro.
Pasado el tiempo para comprender
el momento de concluir
es el
momento de
concluir el tiempo para comprender.
Porque de otra manera este
tiempo perdería su sentido. No es pues debido a alguna contingencia dramática,
la gravedad de lo que está en juego, o la emulación del juego, por lo que el
tiempo apremia; es bajo la urgencia del movimiento lógico como el sujeto
precipita a la vez su juicio y su partida, y el sentido etimológico del verbo,
la cabeza por delante, da la modulación en que la tensión del tiempo se
invierte en la tendencia al acto que manifiesta a los otros que el sujeto ha
concluido. Pero detengámonos en este punto en que el sujeto en su aserto
alcanza una verdad que va a ser sometida a la prueba de la duda, pero que no
podría verificar si no la alcanzase primero en la certidumbre. La tensión
temporal culmina en él, puesto que, ya lo sabemos, es el desarrollo de su
relajamiento el que va a escandir la prueba de su necesidad lógica. ¿Cuál es el
valor lógico de este aserto conclusivo? Es lo que vamos a intentar ahora poner
en valor en el movimiento lógico en que se verifica.
La tensión del tiempo en el
aserto subjetivo y
su valor manifestado en la
demostración del sofisma
El valor lógico del tercer
momento de la evidencia, que se formula en el aserto por el que el sujeto
concluye su movimiento lógico, nos parece digno de ser profundizado. Revela en
efecto una forma propia de una lógica asertiva, de la que hay que demostrar a
qué relaciones originales se aplica.
Progresando sobre las relaciones
proposicionales de los dos primeros momentos,
apódosis e hipótesis,
la
conjunción aquí manifestada se anuda en una motivación de la conclusión,
"para que no haya"
(
retraso que engendre el error),
en la que parece
aflorar la
forma ontológica de la angustia,
curiosamente reflejada en la
expresión gramatical equivalente
"ante el temor de que"
(el retraso
engendre el error)...
Sin duda esta forma está en
relación con la originalidad lógica del sujeto del aserto: por cuyo motivo lo
caracterizamos como aserto subjetivo, a saber que
el sujeto lógico no es allí
otro que la forma personal del sujeto del conocimiento,
aquel que solo puede
expresarse por
"yo" ["je"].
Dicho de otra manera, el juicio
que concluye el sofisma no puede ser formulado sino por el sujeto que ha
formado su aserto sobre sí, y no puede sin reservas serle imputado por algún otro,
al contrario de lo que sucede con las relaciones del sujeto impersonal y del
sujeto indefinido recíproco de los dos primeros momentos que son esencialmente
transitivas, puesto que el sujeto personal del movimiento lógico las asume en
cada uno de estos momentos.
La referencia a estos dos sujetos
manifiesta bien el valor lógico del sujeto del aserto.
El primero, que se
expresa en el "se" del ,"se sabe que...",
no da más que la
forma general del sujeto noético:
puede lo mismo ser dios, mesa o balde.
El segundo,
que se expresa en
"los dos blancos" que deben reconocer-" se
el uno al otro",
introduce la forma
del otro en cuanto tal, es decir como pura reciprocidad,
puesto que el uno no
se reconoce más que en el otro y
no descubre el atributo que es suyo
sino en la
equivalencia del tiempo propio de los dos.
El "yo" [je], sujeto del
aserto conclusivo,
se aísla por una pulsación de tiempo lógico respecto del
otro, es decir
respecto de la relación de reciprocidad.
Este movimiento de
génesis lógica del "yo" ["je"]
por una decantación de su
tiempo lógico propio es bastante paralelo
a su nacimiento psicológico.
Del
mismo modo que, para recordarlo en efecto,
el "yo" ["je"]
psicológico se desprende de un transitivismo especular indeterminado,
por el
complemento de una tendencia despertada como celos,
el "yo" de que se
trata aquí
se define por la subjetivación de una competencia con el otro en la
función del tiempo lógico.
Como tal, nos parece, da la forma lógica esencial
(mucho más que la forma llamada existencial) del "yo"
["je"] psicológico. (4)
Lo que manifiesta bien el valor
esencialmente subjetivo ("asertivo" en nuestra terminología) de la
conclusión del sofisma, es la indeterminación en que será mantenido un
observador (el director de la cárcel que vigila el juego, por ejemplo), ante la
partida simultánea de los tres sujetos, para afirmar de alguno de ellos si ha
concluido con justeza en cuanto al atributo de que es portador. El sujeto, en
efecto, ha aprehendido el momento de concluir que el es un blanco bajo la evidencia
subjetiva de un tiempo de retraso que le hace apresurarse hacia la salida,
pero, si no ha aprehendido ese momento, no por ello actúa de modo diferente
ante la evidencia objetiva de la partida de los otros, y sale a la vez que
ellos, solo que convencido de ser un negro. Todo lo que puede prever el
observador es que, si hay un sujeto que ha de declararse en la encuesta negro
por haberse apresurado en seguimiento de los otros, será el único que se
declarará tal en esos términos.
Finalmente, el juicio asertivo se
manifiesta aquí por un acto.
El pensamiento moderno ha mostrado que todo juicio
es esencialmente un acto,
y las contingencias dramáticas no hacen aquí más que
aislar ese acto en el gesto de la partida de los sujetos, Podrían imaginarse
otros modos de expresión del acto de concluir. Lo que hace la singularidad del
acto de concluir en el aserto subjetivo demostrado por el sofisma, es que se
adelanta a su certidumbre, debido a la tensión temporal de que esta cargado
subjetivamente, y que bajo la condición de esa anticipación misma, su
certidumbre se verifica en una precipitación lógica determinada por la descarga
de esa tensión, para que finalmente la conclusión no se funde ya sino en
instancias temporales totalmente objetivadas, y que el aserto se desubjetivice
hasta el grado más bajo.
Como lo demuestra lo que sigue.
En primer lugar
reaparece el
tiempo objetivo de la intuición inicial del movimiento que,
como aspirado entre
el instante de su comienzo y la prisa de su fin,
había parecido estallar como
una pompa.
Bajo el impacto de la duda que exfolia la certidumbre subjetiva del
momento de concluir,
he aquí que se condensa como un núcleo
en el intervalo de
la primera moción suspendida y que
manifiesta al sujeto su límite en el tiempo
para comprender que ha pasado para los otros dos
el instante de la mirada y que
ha regresado
el momento de concluir.
Ciertamente, si la duda, desde
Descartes, está integrada en el valor del juicio,
hay que observar que, para la
forma de aserto aquí estudiada,
este valor reside menos en la duda que lo
suspende
que en la certidumbre anticipada que lo introdujo.
Pero, para comprender la función
de esta duda en cuanto al sujeto del aserto,
veamos lo que vale objetivamente
la primera suspensión para el observador a quien hemos interesado ya en la
moción de conjunto de los sujetos.
Nada más que esto:
es que cada uno, si era
imposible hasta ese momento juzgar
en que sentido había concluido,
manifiesta
una incertidumbre de su conclusión,
pero que seguramente la habrá confortado si
era correcta,
rectificado tal vez si era errónea.
Si, en efecto, subjetivamente,
uno cualquiera ha sabido adelantarse, y se detiene, es que se ha puesto a dudar
si ha aprehendido bien el momento de concluir que era un blanco, pero lo va a
aprehender nuevamente de inmediato, puesto que ya ha hecho su experiencia
subjetiva. Si, por el contrario, ha dejado que los otros se le adelanten y que
cimenten así en él la conclusión de que es un negro, no puede dudar de que ha
aprehendido bien el momento de concluir, precisamente porque no lo ha
aprehendido subjetivamente (y en efecto podría incluso encontrar en la nueva
iniciativa de los otros la confirmación lógica de su creencia en que él es
desemejante de los otros). Pero si se detiene, es que subordina su propia
conclusión tan estrechamente a lo que manifiesta la conclusión de los otros,
que la suspende en seguida cuando ellos parecen suspender la suya, luego pone
en duda que él sea un negro hasta que ellos le muestren de nuevo la vía o la
descubra por si mismo, según lo cual concluirá esta vez ya sea que es un negro,
ya sea que es un blanco: tal vez en falso, tal vez con acierto, punto que
permanece impenetrable a cualquiera que no sea él.
Pero el descenso lógico prosigue
hacia el segundo tiempo de suspensión. Cada uno de los sujetos, si ha vuelto a
aprehender la certidumbre subjetiva del momento de concluir puede nuevamente
ponerla en duda. Pero está ahora sostenida por la objetivación, ya hecha, del
tiempo para comprender, y su puesta en duda durará tan solo el instante de la
mirada, porque el solo hecho de que la vacilación aparecida en los otros sea la
segunda basta para suprimir la suya apenas percibida, puesto que le indica
inmediatamente que con seguridad no es un negro,
Aquí el tiempo subjetivo del momento
de concluir se objetiva finalmente. Como lo prueba el hecho de que, incluso si
uno cualquiera de los sujetos no lo hubiese aprehendido todavía, ahora sin
embargo se impone a él; el sujeto, en efecto, que hubiese concluido la primera
escansión siguiendo a los otros dos, convencido por ello de ser un negro, se
vería en efecto, a causa de la presente y segunda escansión, obligado a
invertir su juicio.
Así el aserto de certidumbre del
sofisma llega, diremos, al término de la reunión lógica de las dos mociones
suspendidas en el acto en que se acaban, a desubjetivizarse en lo más bajo.
Como lo manifiesta el hecho de que nuestro observador, si las ha comprobado
sincrónicas en los tres sujetos, no puede dudar que ninguno de ellos pueda
dejar en la encuesta de declararse blanco.
Finalmente, puede observarse que
en ese mismo momento, si todo sujeto puede en la encuesta expresar la
certidumbre que finalmente ha verificado, por el aserto subjetivo que se la ha
dado en conclusión del sofisma, a saber en estos términos:
"Me he apresurado
a concluir que yo era un blanco, porque si no, ellos debían adelantárseme en
reconocerse recíprocamente como blancos
(y si les hubiese dado tiempo para
ello, los otros, gracias a aquello mismo que hubiese sido mi solución, me
habrían lanzado en el error)",
ese mismo sujeto puede también expresar esa
misma certidumbre por su verificación desubjetivizada en lo más bajo del
movimiento lógico, a saber en estos términos:
"Se puede saber que se es un
blanco, cuando los otros han vacilado dos veces en salir."
Conclusión que,
bajo su primera forma, puede ser adelantada como verdadera por el sujeto, desde
el momento en que ha constituido el movimiento lógico del sofisma, pero no
puede como tal ser asumida por ese sujeto más que personalmente; pero que, bajo
su segunda forma, exige que todos los sujetos hayan consumado el descenso
lógico que se verifica el sofisma, pero es aplicable por cualquiera a cada uno
de ellos. No estando ni siquiera excluido que uno de los sujetos, pero uno
solo, llegue a ello sin haber constituido el movimiento lógico del sofisma y
por haber seguido tan solo su verificación manifestada en los otros dos
sujetos.
La verdad del sofisma como
referencia temporalizada de si al otro; el aserto...
La verdad del sofisma como
referencia temporalizada de si al otro; el aserto subjetivo
anticipante como forma
fundamental de la lógica colectiva
Así, la verdad del sofisma no
viene a ser verificada sino por su presunción, si puede decirse, en el aserto
que constituye. Revela así depender de una tendencia que apunta a ella, noción
que sería una paradoja lógica si no se redujese a la tensión temporal que
determina el momento de concluir.
La verdad se manifiesta en esta
forma como adelantándose al error y avanzando sola en el acto que engendra su
certidumbre; inversamente el error, como confirmándose en su inercia y
enderezándose difícilmente para seguir la iniciativa conquistadora de la
verdad.
Pero ¿a que clase de relación
responde tal forma lógica? A una forma de objetivación que ella engendra en su
movimiento, es a saber a la referencia de un "yo" ["je"] a
la común medida del sujeto recíproco, o también: de los otros en cuanto tales,
o sea: en cuanto son otros los unos para los otros. Esta común medida está dada
por cierto tiempo para comprender, que se revela como una función esencial de
la relación lógica de reciprocidad. Esta referencia del "yo"
["je"] a los otros en cuanto tales debe, en cada momento crítico, ser
temporalizada, para reducir dialécticamente el momento de concluir el tiempo
para comprender a durar tan poco como el instante de la mirada.
Basta con hacer aparecer en el
término lógico de los otros la menor disparidad para que se manifieste cuánto
depende para todos la verdad del rigor de cada uno, e incluso que la verdad, de
ser alcanzada solo por unos, puede engendrar, si es que no confirmar, el error
en los otros. Y también esto: que, si bien en esta carrera tras la verdad no se
está sino solo, si bien no se es todos cuando se toca lo verdadero, ninguno sin
embargo lo toca sino por los otros.
Sin duda estas formas encuentran
fácilmente su aplicación en la práctica en una mesa de bridge o en una
conferencia diplomática, y hasta en la maniobra del "complejo" en la
práctica psicoanalítica.
Pero quisiéramos indicar su
aporte a la noción lógica de coIectividad.
Tres faciunt collegium, dice el
dicho, y la coletividad está ya integramente representada en la forma del
sofisma, puesto que se define como un grupo formado por las relaciones
recíprocas de un número definido de individuos, al contrario de la generalidad,
que se define como una clase que comprende de manera abstracta un número
indefinido de individuos.
Pero basta con desarrollar por
recurrencia la demostración del sofisma para ver que puede aplicarse
lógicamente a un número ilimitado de sujetos (5). estando establecido que el
atributo "negativo" no puede intervenir sino en un número igual al
número de los sujetos menos uno (6). Pero la objetivación temporal es más
difícil de concebir a medida que la colectividad crece, y parece obstaculizar
una Iógica colectiva con Ia que pueda completarse la lógica clásica.
Mostraremos sin embargo qué
respuesta debería aportar semejante lógica a la inadecuación que siente uno de
una afirmación tal como "Yo soy un hombre" a una forma cualquiera de
la lógica clásica, aun traída en conclusión de las premisas que se quieran.
("El hombre es un animal racional...", etc.).
Mas cerca sin duda de su valor
verdadero aparece presentada en conclusión de la forma aquí demostrada del
aserto subjetivo anticipante, a saber como sigue:
1ro. Un hombre sabe lo que no es
un hombre;
2do.Los hombres se reconocen
entre ellos por ser hombres;
3ro.Yo afirmo ser un hombre, por
temor de que los hombres me convenzan de no ser un hombre.
Movimiento que da la forma lógica
de toda asimilación "humana", en cuanto precisamente se plantea como
asimiladora de una barbarie, y que sin embargo reserva la determinación esencia
al del "yo" ["je"]...(7)
NOTAS
(1) Nos fue pedido en marzo de
1945 por Christian Zervos que colaborásemos con cierto número de escritores en
el número de reaparición de su revista, Les Cahiers d'Art, concebido en el
designio de colmar con el elenco de su sumario un paréntesis de cifras en su
tapa: 1940-1944, significante para muchas gentes.
Nos lanzamos con este artículo,
perfectamente al tanto de que ello equivalía a hacerlo inmediatamente
inencontrable.
Ojalá resuene con una nota justa
entre el antes y el después donde lo colocamos aquí, incluso si demuestra que
el después hacía antesala para que el antes pudiera tomar su fila.
(2) Y no menos la de los
espíritus formados por esa tradición, como lo atestigua el siguiente recado que
recibimos de un espíritu sin embargo audaz en otros dominios, después de una
velada en que la discusión de nuestro fecundo sofisma había provocado en los
espíritus selectos de un colegio íntimo un verdadero pánico confusional. Al
menos, a pesar de sus primeras palabras, este recado muestra las huellas de un
laborioso ajuste.
"Mi querido Lacan: este recado
apresurado para dirigir su reflexión hacia una nueva dificultad: a decir
verdad, el razonamiento admitido ayer no es concluyente, pues ninguno de los
tres estados posibles: ooo-ooe-oee, es reducible al otro (a pesar de las
apariencias): sólo el último es decisivo.
"Consecuencia: cuando A se
supone negro, ni B ni C pueden salir, porque no pueden deducir de su propio
comportamiento si son negros o blancos: pues si uno es negro, el otro sale, y
si es blanco, el otro sale también, puesto que el primero no sale (y
recíprocamente). Si A se supone blanco, tampoco pueden salir. De manera que,
también en este caso, A no puede deducir del comportamiento de los otros el
color de su disco."
Así, nuestro contradictor, por
ver demasiado bien el caso, permanecía ciego al hecho de que no es la partida
de los otros, sino su espera, lo que determina el juicio del sujeto. Y por
refutarnos efectivamente con cierto apresuramiento, dejaba que se le escapase
lo que intentamos demostrar aquí: la función de la prisa en Iógica.
(3) "Irreductibles'', como
se expresa el contradictor citado en la nota que precede.
(4) Así el "yo", forma
tercera del sujeto de la enunciación en lógica, es aquí todavía la
"primera persona", pero también la única y la última. Pues la segunda
persona gramatical pertenece a otra función del lenguaje. En cuanto a la
tercera persona gramatical, es sólo presunta: es un demostrativo, igualmente
aplicable al campo del enunciado y a todo lo que en él se particulariza.
(5) He aquí el ejemplo para
cuatro sujetos, cuatro discos blancos, tres discos negros.
A piensa que, si él fuera un
negro, uno cualquiera de B. C, D podría pensar de los otros dos que, si a su
vez él fuera negro, éstos no tardarían en saber que ellos son blancos. Uno
cualquiera de B, C, D debería pues concluir rápidamente que éI es blanco, cosa
que no aparece. Entonces A, dándose cuenta de que si lo ven negro, B. C, D,
tienen sobre éI la ventaja de no tener que hacer esa suposición se apresura a
concluir que éI es un blanco.
Pero ¿no salen todos al mismo
tiempo que él? A, en la duda, se detiene. y todos también. Pero sí todos
también se detienen, ¿qué quiere decir? O bien a que se detienen presas de la
misma duda que A, y A puede re-emprender su carrera sin cuidados. O bien es que
A es negro y que uno cualquiera de B, C, D se ha puesto a dudar si la partida
de los otros dos no significará que él es negro, asimismo a pensar que, si se
detienen, no es porque éI sea blanco, puesto que uno u otro puede dudar todavía
un instante si no es negro: puede aún plantear que deberían partir antes que él
si éI mismo es negro, y salir a su vez de esa vana espera, seguro de ser lo que
es, es decir blanco. ¿Así que B, C, D no lo hacen? Pues entonces lo hago yo,
dice A. Todos vuelven entonces a partir.
Segunda parada. Admitiendo que yo
sea negro, se dice A, uno cualquiera de B, C, D debe ahora ver claro que no
podría imputar a los otros dos una nueva vacilación si él fuese negro: y que
por lo tanto es blanco. B, C, D deben pues volver a partir antes que él. A
falta de lo cual A parte de nuevo, y todos con él.
Tercera parada. Pero todos deben
saber ya que son blancos si yo fuese efectivamente negro, se dice A. Así que si
se paran... Y la certidumbre queda verificada en tres ocasiones suspensivas.
(6) Cf. Ia condición de este
menos uno en el atributo con la función psicoanalítica del Uno-Además en el
sujeto del psicoanálisis (cf. en este tomo, p. 402).
(7) Que el lector que prosiga en
este volumen regrese a esta referencia a lo colectivo que es el final de este
artículo, para situar gracias a ella lo que Freud ha producido bajo el registro
de la psicología colectiva (Massenpsychologie und Ichanalyse, 1920): lo
colectivo no es nada sino el sujeto de lo individual.
Fuente: Los Escritos de Jacques Lacan.
seguir el texto en francés,
aquí.