viernes, 28 de septiembre de 2012


Más allá del principio del placer.
vol. 18.
Sigmund Freud.


II.

(...)

Ahora propongo abandonar el oscuro y árido tema de la neurosis traumática y estudiar el modo de trabajo del aparato anímico en una de sus prácticas normales más tempranas. Me refiero al juego infantil.

Hace poco, S. Pfeifer (1919) ha ofrecido un resumen y una apreciación psicoanalítica de las diversas teorías sobre el juego infantil; puedo remitirme aquí a su trabajo. Estas teorías se esfuerzan por colegir los motivos que llevan al niño a jugar, pero no lo hacen dando precedencia al punto de vista económico, vale decir, considerando la ganancia de placer. Por mí parte, y sin pretender abarcar la totalidad de estos fenómenos, he aprovechado una oportunidad que se me brindó para esclarecer el primer juego, autocreado, de un varoncito de un año y medio. Fue más que una observación hecha de pasada, pues conviví durante algunas semanas con el niño y sus padres bajo el mismo techo, y pasó bastante tiempo hasta que esa acción enigmática y repetida de continuo me revelase su sentido.

El desarrollo intelectual del niño en modo alguno era precoz; al año y medio, pronunciaba apenas unas pocas palabras inteligibles y disponía, además, de varios sonidos significativos, comprendidos por quienes lo rodeaban. Pero tenía una buena relación con sus padres y con la única muchacha de servicio, y le elogiaban su carácter «juicioso». No molestaba a sus padres durante la noche, obedecía escrupulosamente las prohibiciones de tocar determinados objetos y de ir a ciertos lugares, y, sobre todo, no lloraba cuando su madre lo abandonaba durante horas; esto último a pesar de que sentía gran ternura por ella, quien no sólo lo había amamantado por sí misma, sino que lo había cuidado y criado sin ayuda ajena. Ahora bien, este buen niño exhibía el hábito, molesto en ocasiones, de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de una cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, de modo que no solía ser tarea fácil juntar sus juguetes. Y al hacerlo profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuerte y prolongado «o-o-o-o», que, según el juicio coincidente de la madre y de este observador, no era una interjección, sino que significaba «fort» {se fue}. Al fin caí en la cuenta de que se trataba de un juego y que el niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que «se iban». Un día hice la observación que corroboró mi punto de vista. El niño tenía un carretel de madera atado con un piolín. No se le ocurrió, por ejemplo, arrastrarlo tras sí por el piso para jugar al carrito, sino que con gran destreza arrojaba el carretel, al que sostenía por el piolín, tras la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel desaparecía ahí dentro, el niño pronunciaba su significativo «o-o-o-o», y después, tirando del piolín, volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso «Da» (acá está}. Ese era, pues, el juego completo, el de desaparecer y volver. Las más de las veces sólo se había podido ver el primer acto, repetido por sí solo incansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo (ver nota  1).

La interpretación del juego resultó entonces obvia. Se entramaba con el gran logro cultural del niño: su renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre. Se resarcía, digamos, escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar. Para la valoración afectiva de este juego no tiene importancia, desde luego, que el niño mismo lo inventara o se lo apropiara a raíz de una incitación Externa]. Nuestro interés se dirigirá a otro punto. Es imposible que la partida de la madre le resultara agradable, o aun indiferente. Entonces, ¿cómo se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él? Acaso se responderá que jugaba a la partida porque era la condición previa de la gozosa reaparición, la cual contendría el genuino propósito del juego. Pero lo contradice la observación de que el primer acto, el de la partida, era escenificado por sí solo y, en verdad, con frecuencia incomparablemente mayor que el juego íntegro llevado hasta su final placentero.

El análisis de un único caso de esta índole no permite zanjar con certeza la cuestión. Si lo consideramos sin prevenciones, recibimos la impresión de que el niño convirtió en juego esa vivencia a raíz de otro motivo. En la vivencia era pasivo, era afectado por ella; ahora se ponía en un papel activo repitiéndola como juego, a pesar de que fue displacentera. Podría atribuirse este afán a una pulsión de apoderamiento que actuara con independencia de que el recuerdo en sí mismo fuese placentero o no. Pero también cabe ensayar otra interpretación. El acto de arrojar el objeto para que «se vaya» acaso era la satisfacción de un impulso, sofocado por el niño en su conducta, a vengarse de la madre por su partida; así vendría a tener este arrogante significado: «Y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te echo». Este mismo niño cuyo primer juego observé teniendo él un año y medio solía un año después arrojar al suelo un juguete con el que se había irritado, diciéndole: «¡Vete a la gue(r)ra!». Le habían contado por entonces que su padre ausente se encontraba en la guerra; y por cierto no lo echaba de menos, sino que daba los más claros indicios de no querer ser molestado en su posesión exclusiva de la madre (ver nota 2.). También de otros niños sabemos que son capaces de expresar similares mociones hostiles botando objetos en lugar de personas (ver nota 3. ). Así se nos plantea esta duda: ¿Puede el esfuerzo {Drang} de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? Comoquiera que sea, sí en el caso examinado ese esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa.

Ahora bien, el estudio del juego infantil, por más que lo profundicemos, no remediará esta fluctuación nuestra entre dos concepciones. Se advierte que los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida; de ese modo abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, por así decir, de la situación. Pero, por otro lado, es bastante claro que todos sus juegos están presididos por el deseo dominante en la etapa en que ellos se encuentran: el de ser grandes y poder obrar como los mayores. También se observa que el carácter displacentero de la vivencia no siempre la vuelve inutilizable para el juego. Si el doctor examina la garganta del niño o lo somete a una pequeña operación, con toda certeza esta vivencia espantable pasará a ser el contenido del próximo juego. Pero la ganancia de placer que proviene de otra fuente es palmaria aquí. En cuanto el niño trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar, inflige a un compañero de juegos lo desagradable que a él mismo le ocurrió y así se venga en la persona de este sosias (ver nota 4.).

Sea como fuere, de estas elucidaciones resulta que es superfluo suponer una pulsión particular de imitación como motivo del jugar. Unas reflexiones para terminar: el juego (ver nota 5.)  y la imitación artísticos practicados por los adultos, que a diferencia de la conducta del niño apuntan a la persona del espectador, no ahorran a este último las impresiones más dolorosas (en la tragedia, por ejemplo), no obstante lo cual puede sentirlas como un elevado goce (ver nota 6.). Así nos convencemos de que aun bajo el imperio del principio de placer existen suficientes medios y vías para convertir en objeto de recuerdo y elaboración anímica lo que en sí mismo es displacentero. Una estética de inspiración económica debería ocuparse de estos casos y situaciones que desembocan en una ganancia final de placer; pero no nos sirven de nada para nuestro propósito, pues presuponen la existencia y el imperio del principio de placer y no atestiguan la acción de tendencias situadas más allá de este, vale decir, tendencias que serían más originarias que el principio de placer e independientes de él.

NOTAS

(1.) Esta interpretación fue certificada plenamente después por otra observación. Un día que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada, a su regreso con esta comunicación: « ¡Bebé o-o-o-o! »; primero esto resultó incomprensible, pero pronto se pudo comprobar que durante esa larga soledad el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario, que llegaba casi hasta el suelo, y luego le hurtó el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo «se fue». [Otra referencia a esta historia se hallará en La interpretación de los sueños (1900a), AE, 5, pág. 459, n. 3.]

(2.) Teniendo el niño cinco años y nueve meses, murió la madre. Ahora que realmente «se fue» (o-o-o), el muchachito no mostró duelo alguno por ella. Es verdad que entretanto había nacido un segundo niño, que despertó sus más fuertes celos.

(3.) Cf. «Un recuerdo de infancia en Poesía y verdad » (1917b).

(4.) [Esta observación se repite en «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), AE, 21, pág. 237.]

(5.) {Aquí, «Spiel» en el sentido de representación escénica. Preferimos una traducción forzada para que no se pierda la asimilación con el juego infantil (también «Spiel»).}

(6.) [Freud había hecho un estudio provisional de esto en su trabajo póstumo «Personajes psicopáticos en el escenario» (1942a), cuya redacción data probablemente de 1905 o 1906.]


en francés, aquí.

FORT-DA
dans...
“ Au-delà du principe de plaisir ”. (1920)



Au-delà du principe du plaisir
2

Principe du plaisir et névrose traumatique. Principe du plaisir et jeux d'enfants

par: Sigmund Freud



(....)


Je propose donc de laisser de côté l'obscure et nébuleuse question de la névrose traumatique et d'étudier la manière dont travaille l'appareil psychique, en s'acquittant d'une de ses tâches normales et précoces : il s'agit des jeux des enfants.

Les différentes théories relatives aux jeux des enfants ont été récemment exposées et examinées au point de vue analytique par S. Pfeifer dans Imago (V, 4), et je ne puis que renvoyer les lecteurs à ce travail. Ces théories s'effor­cent de découvrir les mobiles qui président aux jeux des enfants, sans mettre au premier plan le point de vue économique, de considération en rapport avec la recherche du plaisir. Sans m'attacher à embrasser l'ensemble de tous ces phénomènes, j'ai profité d'une occasion qui s'était offerte à moi, pour étudier les démarches d'un garçon âgé de 18 mois, au cours de son premier jeu, qui était de sa propre invention. Il s'agit là de quelque chose de plus qu'une rapide observation, car j'ai, pendant plusieurs semaines, vécu sous le même toit que cet enfant et ses parents, et il s'est passé pas mal de temps avant que j'eusse deviné le sens de ses démarches mystérieuses et sans cesse répétées.

L'enfant ne présentait aucune précocité au point de vue intellectuel ; âgé de 18 mois, il ne prononçait que quelques rares paroles compréhensibles et émettait un certain nombre de sons significatifs que son entourage comprenait parfaitement; ses rapports avec les parents et la seule domestique de la maison étaient excellents, et tout le monde louait son « gentil » caractère. Il ne déran­geait pas ses parents la nuit, obéissait consciencieusement à l'interdiction de toucher à certains objets ou d'entrer dans certaines pièces et, surtout, il ne pleurait jamais pendant les absences de sa mère, absences qui duraient parfois des heures, bien qu'il lui fût très attaché, parce qu'elle l'a non seulement nourri au sein, mais l'a élevé et soigné seule, sans aucune aide étrangère. Cet excel­lent enfant avait cependant l'habitude d'envoyer tous les petits objets qui lui tombaient sous la main dans le coin d'une pièce, sous un lit, etc., et ce n'était pas un travail facile que de rechercher ensuite et de réunir tout cet atti­rail du jeu. En jetant loin de lui les objets, il prononçait, avec un air d'intérêt et de satisfaction, le son prolongé o-o-o-o qui, d'après les jugements concordants de la mère et de l'observateur, n'était nullement une interjection, mais signi­fiait le mot « Fort» (loin). Je me suis finalement aperçu que c'était là un jeu et que l'enfant n'utilisait ses jouets que pour « les jeter au loin ». Un jour je fis une observation qui confirma ma manière de voir. L'enfant avait une bobine de bois, entourée d'une ficelle. Pas une seule fois l'idée ne lui était venue de traî­ner cette bobine derrière lui, c'est-à-dire de jouer avec elle à la voiture ; mais tout en maintenant le fil, il lançait la bobine avec beaucoup d'adresse par-dessus le bord de son lit entouré d'un rideau, où elle disparais­sait. Il pronon­çait alors son invariable o-o-o-o, retirait la bobine du lit et la saluait cette fois par un joyeux « Da ! » (« Voilà ! »). Tel était le jeu complet, com­portant une disparition et une réapparition, mais dont on ne voyait générale­ment que le premier acte, lequel était répété inlassablement, bien qu'il fût évident que c'est le deuxième acte qui procurait à l'enfant le plus de plaisir [1].

L'interprétation du jeu fut alors facile. Le grand effort que l'enfant s'impo­sait avait la signification d'un renoncement à un penchant (à la satisfaction d'un penchant) et lui permettait de supporter sans protestation le départ et l'absence de la mère. L'enfant se dédommageait pour ainsi dire de ce départ et de cette absence, en reproduisant, avec les objets qu'il avait sous la main, la scène de la disparition et de la réapparition. La valeur affective de ce jeu est naturellement indépendante du fait de savoir si l'enfant l'a inventé lui-même ou s'il lui a été suggéré par quelqu'un ou quelque chose. Ce qui nous intéresse, c'est un autre point. Il est certain que le départ de la mère n'était pas pour l'enfant un fait agréable ou, même, indifférent. Comment alors concilier avec le principe du plaisir le fait qu'en jouant il reproduisait cet événement pour lui pénible? On dirait peut-être que si l'enfant transformait en un jeu le départ, c'était parce que celui-ci précédait toujours et nécessairement le joyeux retour qui devait être le véritable objet du jeu ? Mais cette explication ne s'accorde guère avec l'observation, car le premier acte, le départ, formait un jeu indé­pendant et que l'enfant reproduisait cette scène beaucoup plus souvent que celle du retour, et en dehors d'elle.

L'analyse d'un cas de ce genre ne fournit guère les éléments d'un conclu­sion décisive. Une observation exempte de parti-pris laisse l'impression que si l'enfant a fait de l'événement qui nous intéresse l'objet d'un jeu, ç'a été pour d'autres raisons. Il se trouvait devant cet événement dans une attitude passive, le subissait pour ainsi dire ; et voilà qu'il assume un rôle actif, en le reprodui­sant sous la forme d'un jeu, malgré son caractère désagréable. On pourrait dire que l'enfant cherchait ainsi à satisfaire un penchant à la domination, lequel aurait tendu à s'affirmer indépendamment du caractère agréable ou désagré­able du souvenir. Mais on peut encore essayer une autre interprétation. Le fait de rejeter un objet, de façon à le faire disparaître, pouvait servir à la satisfac­tion d'une impulsion de vengeance à l'égard de la mère et signifier à peu près ceci : « Oui, oui, va-t'en, je n'ai pas besoin de toi; je te renvoie moi-même. » Le même enfant, dont j'ai observé le premier jeu, alors qu'il était âgé de 18 mois, avait l'habitude, à l'âge de deux ans et demi, de jeter par terre un jouet dont il était mécontent, en disant : « Va-t'en à la guerre ! » On lui avait racon­té alors que le père était absent, parce qu'il était à la guerre; il ne manifestait d'ailleurs pas le moindre désir de voir le père, mais montrait, par des indices dont la signification était évidente, qu'il n'entendait pas être troublé dans la possession unique de la mère [2]. Nous savons d'ailleurs que les enfants expri­ment souvent des impulsions hostiles analogues en rejetant des objets qui, à leurs yeux, symbolisent certaines personnes [3]. Il est donc permis de se deman­der si la tendance à s'assimiler psychiquement un événement impres­sionnant, à s'en rendre complètement maître peut se manifester par elle-même et indé­pendamment du principe du plaisir. Si, dans le cas dont nous nous occupons, l'enfant reproduisait dans le jeu une impression pénible, c'était peut-être parce qu'il voyait dans cette reproduction, source de plaisir indirecte, le moyen d'obtenir un autre plaisir, mais plus direct.

De quelque manière que nous étudiions les jeux des enfants, nous n'obte­nons aucune donnée certaine qui nous permette de nous décider entre ces deux manières de voir. On voit les enfants reproduire dans leurs jeux tout ce qui les a impressionnés dans la vie, par une sorte d'ab-réaction contre l'inten­sité de l'impression dont ils cherchent pour ainsi dire à se rendre maîtres. Mais il est, d'autre part, assez évident que tous leurs jeux sont con­ditionnés par un désir qui, à leur âge, joue un rôle prédominant : le désir d'être grands et de pouvoir se comporter comme les grands. On constate également que le carac­tère désagréable d'un événement n'est pas incompatible avec sa transformation en un objet de jeu, avec sa reproduction scénique. Que le médecin ait examiné la gorge de l'enfant ou ait fait subir à celui-ci une petite opération : ce sont là des souvenirs pénibles que l'enfant ne manquera cepen­dant pas d'évoquer dans son prochain jeu ; mais on voit fort bien quel plaisir peut se mêler à cette reproduction et de quelle source il peut provenir : en substituant l'activité du jeu à la passivité avec laquelle il avait subi l'événe­ment pénible, il inflige à un camarade de jeu les souffrances dont il avait été victime lui-même et exerce ainsi sur la personne de celui-ci la vengeance qu'il ne peut exercer sur la personne du médecin.

Quoi qu'il en soit, il ressort de ces considérations qu'expliquer le jeu par un instinct d'imitation, c'est formuler une hypothèse inutile. Ajoutons encore qu'à la différence de se qui se passe dans les jeux des enfants, le jeu et l'imita­tion artistiques auxquels se livrent les adultes visent directement la personne du spectateur en cherchant à lui communiquer, comme dans la tragédie, des impressions souvent douloureuses qui sont cependant une source de jouis­sances élevées. Nous constatons ainsi que, malgré la domination du principe du plaisir, le côté pénible et désagréable des événements trouve encore des voies et moyens suffisants pour s'imposer au souvenir et devenir un objet d'élaboration psychique. Ces cas et situations, susceptibles d'avoir pour résul­tat final un accroissement de plaisir, sont de nature à former l'objet d'étude d'une esthétique guidée par le point de vue économique; mais étant donné le but que nous poursuivons, ils ne présentent pour nous aucun intérêt, car ils présupposent l'existence et la prédominance du plaisir et ne nous apprennent rien sur les manifestations possibles de tendances situées au-delà de ce prin­cipe, c'est-à-dire de tendances indépendantes de lui et, peut-être, plus primi­tives que lui.
(....)





[1]      L'observation ultérieure confirma pleinement cette Interprétation. Un jour, la mère ren­trant à la maison après une absence de plusieurs heures, fut saluée par l'exclamation : « Bébé o-o-o-o » qui tout d'abord parut inintelligible. Mais on ne tarda pas à s'apercevoir que pendant cette longue absence de la mère l'enfant avait trouvé le moyen de se faire disparaître lui-même. Ayant aperçu son image dans une grande glace qui touchait presque le parquet, il s'était accroupi, ce qui avait fait disparaître l'image.
[2]      L'enfant a perdu sa mère alors qu'il était âgé de 5 ans et 9 mois. Cette fois, la mère étant réellement partie au loin (o-o-o), l'enfant ne manifestait pas le moindre chagrin. Entre-temps, d'ailleurs, un autre enfant était né qui l'avait rendu excessivement jaloux.
[3]      Voir Eine Kindheitserinnerung aus « Dichtung undWahreit D.Imago »,V/4, « Sammlung Kleiner Schriften zur Neurosenlehre », IVe Série.


en espagnol, ici.

El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma

Un problema de lógica

El director de la cárcel hace comparecer a tres detenidos selectos y les comunica el aviso siguiente:

"Por razones que no tengo por que exponerles ahora, señores, debo poner en libertad a uno de ustedes. Para decidir a cual, remito la suerte a una prueba a la que se someterán ustedes, si les parece.

"Son ustedes tres aquí presentes. Aquí están cinco discos que no se distinguen sino por el color: tres son blancos, y otros dos son negros. Sin enterarles de cuál he escogido, voy a sujetarle a cada uno de ustedes uno de estos discos entre los dos hombros, es decir fuera del alcance directo de su mirada, estando igualmente excluida toda posibilidad de alcanzarlo indirectamente por la vista, por la ausencia aquí de ningún medio de reflejarse.

"Entonces, Ies será dado todo el tiempo para considerar a sus compañeros y los discos de que cada uno se muestre portador, sin que les esté permitido, por supuesto, comunicarse unos a otros el resultado de su inspección. Cosa que por lo demás les prohibiría su puro interés. Pues será el primero que pueda concluir de ello su propio color el que se beneficiaría de la medida liberadora de que disponemos.

"Se necesitará además que su conclusión esté fundada en motivos de lógica, y no únicamente de probabilidad. Para este efecto, queda entendido que, en cuanto uno de ustedes esté dispuesto a formular una, cruzará esta puerta a fin de que, tomado aparte, sea juzgado por su respuesta. "
Aceptada la propuesta, se adorna a cada uno de nuestros sujetos con un disco blanco, sin utilizar los negros, de los cuales, recordémoslo, solo se disponía de dos.
¿Cómo pueden los sujetos resolver el problema?

La solución perfecta

Después de haberse considero entre ellos durante cierto tiempo, los tres sujetos dan juntos algunos pasos, que los llevan a cruzar la puerta todos a una. Separadamente, cada uno da entonces una respuesta semejante, que se expresa así:

''Soy un blanco, y he aquí como lo sé. 

Dado que mis compañeros eran blancos, 
pensé que, 
    si yo fuese negro, 
   cada uno de ellos hubiera podido inferir de ello lo siguiente: 

                  "Si yo también fuese negro, 
                    el otro, 
                    puesto que debería reconocer en esto inmediatamente que el es blanco, 
                    habría salido en seguida; 
                    por lo tanto yo no soy un negro".  

Y los dos habrían salido juntos, convencidos de ser blancos 
Si no hacían tal cosa, es que yo era un blanco como ellos. 

Así que me vine a la puerta para dar a conocer mi conclusión".

Así es como los tres salieron simultáneamente, dueños de las mismas razones de concluir.

Valor sofístico de esta solución

Esta solución, que se presenta como la más perfecta que pueda tener el problema, ¿puede ser alcanzada en la experiencia? Dejamos a la iniciativa de cada uno el cuidado de decidirlo.

No ciertamente porque vayamos a aconsejar que se haga la prueba al natural, aunque el progreso antinómico de nuestra época parece desde hace algún tiempo poner sus condiciones al aIcance de un número cada vez mayor: tememos, en efecto, aun cuando aquí solo se trate de ganadores, que el hecho no se aparta demasiado de la teoría, y además no nos contamos entre esos recientes filósofos para quienes la opresión de cuatro muros no es sino un favor más para el cogollo de la libertad humana.

Pero, practicada en las condiciones inocentes de la ficción, la experiencia no decepcionará, lo garantizamos, a aquellos que conservan algún gusto por el asombro. Tal vez se muestra para el psicólogo de algún valor científico, por lo menos si damos fe a lo que nos pareció que se desprendía de ella, por haberla ensayado en diversos grupos convenientemente escogidos de intelectuales calificados, en cuanto a un muy especial desconocimiento, en esos sujetos, de la realidad del prójimo.

En cuanto a nosotros, no queremos detenernos aquí más que en el valor lógico de la solución presentada. Nos parece, en efecto, como un notable sofisma, en el sentido clásico de la palabra, es decir como un ejemplo significativo para resolver las formas de una función lógica en el momento histórico en que su problema se presenta al examen filosófico. Las imágenes siniestras del relato se mostrarán sin duda contingentes. Pero, por poco que nuestro sofisma no deje de responder a alguna actualidad de nuestro tiempo, no es superfluo que lleve su signo en tales imágenes, y por eso le conservamos su soporte, tal como el ingenioso anfitrión de una noche lo trajo a nuestra reflexión.

Nos ponemos ahora bajo los auspicios de ese que a veces se presenta en el hábito del filósofo, que con mas frecuencia debe buscarse ambiguo en los dichos del humorista, pero con quien se tropieza siempre en lo secreto de la acción del político: el buen lógico, odioso al mundo.

Discusión del sofisma

Todo sofisma se presenta en primer lugar como un error lógico, y la objeción a éste encuentra fácilmente su primer argumento. Llamaremos

A al sujeto real que viene a concluir por si mismo,
B y C a los otros reflejados sobre la conducta de los cuales establece su deducción.

Si la convicción de B se nos dirá, se funda sobre la expectativa de C,
la seguridad de aquélla debe lógicamente disiparse con la ruptura de ésta;
recíprocamente para C: con relación a B;
y tenemos a los dos quedándose en la indecisión.

Nada hace pues necesaria su partida en el caso de que A fuese un negro.
De donde resulta que A no puede deducir de ello que él sea un blanco.

A lo cual hay que replicar en primer lugar que toda esa cogitación de B y de C les es imputada en falso, puesto que la única situación que podría motivarla en ellos: ver un negro, no es la verdadera, y que se trata de saber si, suponiendo esa situación, su desarrollo lógico les es imputado sin razón. No hay nada de eso. Pues, en esa hipótesis,

es el hecho de que ninguno de los dos 
haya partido el primero 
el que permite a cada uno 
pensarse como blanco, 

y a claro que

bastaría con que vacilasen un instante 
para que cada uno de ellos confirmase, 
sin duda posible, 
su convicción de ser un blanco. 

Porque la vacilación está excluida lógicamente para quienquiera que viese dos negros.
Pero está excluida también realmente, en esta primera etapa de la deducción,
pues no encontrándose ninguno en presencia de un blanco y de un negro,
no cabe que nadie salga por la razón que de ello se deduce.

Pero la objeción se vuelve a presentar más fuerte en la segunda etapa de la deducción de A.

Porque, si bien ha llegado con todo derecho a su conclusión de que él es un blanco,
estableciendo que si él fuese negro
los otros no tardarían en saberse blancos y
deberían salir,
ahora tiene que abandonarla, apenas la ha formado,
puesto que en el momento en que es movido por ella,
ve a los otros hacer el mismo ademán que él.

Antes de responder a esto, volvamos a plantear bien los térrninos lógicos del problema,
 A designa a cada uno de los sujetos en cuanto que está él mismo en la palestra y se decide o no a concluir sobre sí mismo.
B y C son los otros dos en cuanto objetos del razonamiento de A.
Pero si éste puede imputarle correctamente, acabamos de mostrarlo,
una cogitación de hecho falsa,
no podría en cambio tener en cuenta más que su comportamiento real.

Si A, al ver a B y C disponerse a moverse con él,
vuelve a dudar de ser visto negro por ellos,
basta con que vuelva a plantear la cuestión, deteniéndose, para resolverla.

Los ve en efecto detenerse también:
porque estando cada uno realmente en la misma situación que él, o, mejor dicho,
siendo cada uno de los sujetos A en cuanto real,
es decir en cuanto se decide o no a concluir sobre sí mismo,
encuentra la misma duda en el mismo momento que él.

Pero entonces,
cualquiera que sea el pensamiento que, A impute a B y a C,
con toda razón concluirá de nuevo que él es un blanco.

Porque establece derechamente que, si él fuese un negro,
B y C hubieran debido proseguir;
  o bien si admite que vacilan, según el argumento precedente,
  que encuentra aquí el apoyo de los hechos y que los haría dudar si no son ellos mismos negros, que por lo menos deberían volver a echar a andar antes que él
 (puesto que, siendo negro, da a su vacilación misma su alcance seguro para que concluyan que son blancos),
Y es porque, viéndolo de hecho blanco,
no hacen tal cosa,
por lo que toma él mismo la iniciativa de hacerla,
es decir que vuelven a ponerse en marcha todos juntos,
para declarar que son blancos.

Pero se nos puede oponer todavía que al levantar así el obstáculo no hemos refutado por ello la objeción lógica,
y que va a presentarse otra vez igual con la reiteración del movimiento
y a reproducir en cada uno de los sujetos la misma duda y la misma parada.

Sin duda,
pero algún progreso lógico tiene que haberse cumplido.
Por la razón de que esta vez A no puede sacar de la parada común sino una conclusión inequívoca.

Es que, si él fuese negro,
B y C no hubiesen debido detenerse en absoluto.
Pues en el punto presente queda excluido que puedan vacilar una segunda vez
en concluir que son blancos:
una sola vacilación, en efecto, es suficiente
para que uno a otro se demuestren que ciertamente ni uno ni otro son negros.

 Si por lo tanto B y C se han detenido,
A no puede ser sino un blanco.
Es decir que los tres sujetos se encuentran esta vez confirmados en una certidumbre,
que no permite ni a la objeción ni a la duda renacer.

El sofisma conserva pues, tras la prueba de la discusión,
todo el rigor constrictivo de un proceso lógico,
a condición de que se le integre el valor de las dos escansiones suspensivas,
lo cual en esta prueba se muestra verificado
en el acto mismo en que cada uno de los sujetos manifiesta que
ello le ha llevado a su conclusión.

Valor de las mociones suspendidas en el proceso

¿Está justificado integrar en El valor del sofisma las dos mociones suspendidas aparecidas así?
Para decidirlo, es preciso examinar cuál es su papel en la solución del proceso lógico.

Ese papel, en efecto, solo lo desempeñan después de la conclusión del proceso lógico,
puesto que el acto que suspenden
manifiesta esa conclusión misma.
No se puede pues objetar con ello que hagan entrar en la solución
un elemento externo al proceso lógico mismo.

Su papel, aunque crucial en la práctica del proceso lógico,
no es el de la experiencia en la verificación de una hipótesis,
sino por ell contrario el de un hecho intrínseco a la ambigüedad lógica.

Por el primer aspecto, efectivamente, los datos del problema se descompondrían así:

1ro. Son lógicamente posibles tres combinaciones de los atributos característicos de los sujetos: dos negros, un blanco;
un negro, dos blancos;
tres blancos.
Quedando excluida la primera por la observación de todos ellos,
queda abierta una incógnita entre las otras dos,
que viene a resolver:

2do. El dato de experiencia de las mociones suspendidas,
que equivaldría a una señal por la cual los sujetos se comunican unos a otros,
bajo la forma determinada por las condiciones de la prueba,
lo que les está vedado intercambiar bajo una forma intencional:
a saber lo que ve cada uno del atributo del otro.

No hay nada de esto,
porque ello sería tanto como dar del proceso lógico una concepción especializada,
aquella misma que asoma cada vez que toma el aspecto del error y
que es la única que objeta a la solubilidad del problema.

Es precisamente porque nuestro sofisma no la tolera
por lo que se presenta como una aporía
para las formas de la lógica clásica,
cuyo prestigio "eterno" refleja esa invalidez que no por ser la suya es menos reconocida (2):
a saber que no aportan nunca nada que no pueda ya ser visto de un solo golpe.

Muy al contrario,
la entrada en juego como significantes de los fenómenos aquí en litigio
hace prevalecer la estructura temporal y no espacial del proceso lógico.
Lo que las mociones suspendidas denuncian
no es lo que los sujetos ven, 
es lo que han encontrado positivamente 
por lo que no ven: 

a saber 
el aspecto de los discos negros. 

Aquello por lo que son significantes 
está constituido no por su dirección 
sino por su tiempo de suspensión. 

Su valor crucial no es el de una elección binaria entre dos combinaciones yuxtapuestas en lo inerte (3),
y descabaladas por la exclusión visual de la tercera,
sino la del movimiento de verificación instituido por
un proceso lógico en que el sujeto ha transformado
las tres combinaciones posibles
en tres tiempos de posibilidad.

Por eso, también, mientras una sola señal debería bastar
para la única elección que impone la primera interpretación errónea,
dos escansiones son necesarias para la verificación de los
dos lapsos que implica la segunda y única válida.

Lejos de ser un dato de experiencia externa en el proceso lógico,
las mociones suspendidas son en él tan necesarias que
solo la experiencia puede hacer que el sincronismo que implican de
un sujeto de pura lógica deje de producirse en ese proceso y que fracase
su función en el proceso de verificación.

No representan allí, en efecto, sino los niveles de degradación cuya
necesidad hace aparecer el orden creciente de las instancias del tiempo que se
registran en el proceso lógico para integrarse en su conclusión.

Como se ve en la determinación lógica de los tiempos de suspensión que ellas constituyen,
la cual,
objeción del lógico o duda del sujeto,
se revela cada vez como el desarrollo subjetivo de una instancia del tiempo,
o mejor dicho,
como la fuga del sujeto en una exigencia formal.

Estas instancias del tiempo,
constituyentes del proceso del sofisma,
permiten reconocer en él
un verdadero movimiento lógico.
Este proceso exige el examen de la calidad de sus tiempos.

La modulación del tiempo en el movimiento del sofisma; el instante de...
La modulación del tiempo en el movimiento del sofisma; el instante de la mirada,
el tiempo para comprender y el momento de concluir 

Se aíslan en el sofisma tres momentos de la evidencia, cuyos valores lógicos se revelarán diferentes y de orden creciente. Exponer su sucesión cronológica es también especializarlos según un formalismo que tiende a reducir los discursos a una alineación de signos. Mostrar que la instancia del tiempo se presenta bajo un modo diferente en cada uno de estos momentos es preservar su jerarquía revelando en ellos una discontinuidad tonal, esencial para su valor.

Pero captar en la modulación del tiempo
la función misma por donde cada uno de esos momentos,
en el tránsito hasta el siguiente, se reabsorbe en él,
subsistiendo únicamente el último que los absorbe,
es restituir su sucesión real y comprender verdaderamente su génesis en el movimiento lógico.

Es lo que vamos a intentar a partir de una formulación,
tan rigurosa como sea posible,
de esos momentos de la evidencia;

1ro. Estando ante dos negros, 
se sabe que se es un blanco.

Es ésta una exclusión lógica que da su base al movimiento.
Que le sea anterior, que se la pueda considerar como dada a los sujetos con los datos del problema,
los cuales prohiben la combinación de tres negros,
es cosa independiente de la contingencia dramática que aísla su enunciado en prólogo.
Expresándola bajo la forma dos negros :: un blanco,
se ve el valor instantáneo de su evidencia,
y su tiempo de fulguración, si así puede decirse, equivaldría a cero.

Pero ya desde el punto de partida su formulación se modula:
por la subjetivación que se dibuja en ella, aunque impersonal bajo la forma de
 "se sabe que...",
y por la conjunción de las proposiciones que, más que ser una hipótesis formal, representa una matriz suya todavía indeterminada, digamos esa forma de consecuencia que los lingüistas designan bajo los términos
de prótasis y apódosis; "De ser. . ., sólo entonces se sabe que se es. . ."

Una instancia del tiempo cava el intervalo para que lo dado
de la prótasis,
                   "ante dos negros",
se mude en el dato de la apódosis,
                  "uno es un blanco":

se necesita para ello el instante de la mirada.
En la equivalencia lógica de los dos términos:
                                          "Dos negros: un blanco",
esta modulación del tiempo introduce la forma que,
en el segundo momento, se cristaliza en hipótesis auténtica,
porque va a apuntar a la incógnita real del problema, a saber
el atributo ignorado del sujeto mismo
En este tránsito, el sujeto encuentra la siguiente combinación lógica y,
siendo el único que puede asumir el atributo del negro,
llega, en la primera fase del movimiento lógico, a formular así la evidencia siguiente:

2do. Si yo fuese un negro, 
los dos blancos que veo 
no tardarían en reconocerse como blancos.

Es ésta una intuición por la cual el sujeto objetiva algo más que los datos de hecho cuyo aspecto se le ofrece en los dos blancos; es cierto tiempo el que se define (en los dos sentidos de tomar su sentido y de encontrar su límite) por su fin, a la vez meta y término, a saber, para cada uno de los dos blancos el tiempo para comprender, en la situación de ser un blanco y un negro, que tiene en la inercia de su semejante la clave de su propio problema. La evidencia de este momento supone la duración de un tiempo de meditación que cada uno de los dos blancos debe comprobar en el otro y que el sujeto manifiesta en los términos que pone en labios del uno y el otro, como si los hubiera visto inscritos en un banderín:

  "Si yo fuese un negro, 
el habría salido sin esperar un instante. 
Si se queda meditando, 
es que soy un blanco".

Pero de este tiempo así objetivado en su sentido, ¿cómo medir el Iímite?

El tiempo para comprender puede reducirse al instante de la mirada, pero esa mirada en su instante puede incluir todo el tiempo necesario para comprender. Así, la objetividad de este tiempo se tambalea en su limite. Sólo subsiste su sentido con la forma que engendra de sujetos indefinidos salvo por su reciprocidad, y cuya acción está suspendida por una causalidad mutua en un tiempo que se escabulle bajo el retorno mismo de la intuición que ha objetivado. Por esta modulación del tiempo es por la que se abre, con la segunda fase del movimiento Iógico, la vía que lleva a la evidencia siguiente:

3ro. Me apresuro a afirmar que soy un blanco, 
para que estos blancos, así considerados por mí, 
no se me adelanten en reconocerse por lo que son.

Es éste el aserto sobre uno mismo, por el que el sujeto concluye el movimiento lógico en la decisión de un juicio. El retorno mismo del movimiento de comprender, bajo el cual se ha tambaleado la instancia del tiempo que lo sostiene objetivamente, se prosigue en el sujeto en una reflexión, en la que esta instancia resurge para él bajo el modo subjetivo de un tiempo de retraso respecto de los otros en ese movimiento mismo, y se presenta lógicamente como la urgencia del momento de concluir.

Más exactamente, su evidencia se revela en la penumbra subjetiva, como la iluminación creciente de una franja en el límite del eclipse que sufre bajo la reflexión la objetividad del tiempo para comprender.

Este tiempo, en efecto, para que los dos blancos comprendan la situación que los coloca en presencia de un blanco y de un negro, aparece al sujeto que no difiere lógicamente del tiempo que él ha necesitado para comprenderla, puesto que esa situación no es otra que su propia hipótesis. Pero, si esta hipótesis es verdadera, los dos blancos ven realmente un negro, no han tenido pues que suponer ese dato. Resulta pues de ello que, si tal es el caso, los dos blancos se le adelantan en el tiempo de compás que implica en su detrimento el haber tenido que formar esa hipótesis misma. Es pues el momento de concluir que él es blanco; efectivamente, si deja que se le adelanten sus semejantes en esa conclusión, ya no podrá reconocer si no es un negro.
Pasado el tiempo para comprender
 el momento de concluir 
es el momento de 
concluir el tiempo para comprender. 

Porque de otra manera este tiempo perdería su sentido. No es pues debido a alguna contingencia dramática, la gravedad de lo que está en juego, o la emulación del juego, por lo que el tiempo apremia; es bajo la urgencia del movimiento lógico como el sujeto precipita a la vez su juicio y su partida, y el sentido etimológico del verbo, la cabeza por delante, da la modulación en que la tensión del tiempo se invierte en la tendencia al acto que manifiesta a los otros que el sujeto ha concluido. Pero detengámonos en este punto en que el sujeto en su aserto alcanza una verdad que va a ser sometida a la prueba de la duda, pero que no podría verificar si no la alcanzase primero en la certidumbre. La tensión temporal culmina en él, puesto que, ya lo sabemos, es el desarrollo de su relajamiento el que va a escandir la prueba de su necesidad lógica. ¿Cuál es el valor lógico de este aserto conclusivo? Es lo que vamos a intentar ahora poner en valor en el movimiento lógico en que se verifica.

La tensión del tiempo en el 
aserto subjetivo y 
su valor manifestado en la
demostración del sofisma 

El valor lógico del tercer momento de la evidencia, que se formula en el aserto por el que el sujeto concluye su movimiento lógico, nos parece digno de ser profundizado. Revela en efecto una forma propia de una lógica asertiva, de la que hay que demostrar a qué relaciones originales se aplica.

Progresando sobre las relaciones proposicionales de los dos primeros momentos,
apódosis e hipótesis,
la conjunción aquí manifestada se anuda en una motivación de la conclusión,

"para que no haya" 

(retraso que engendre el error),
en la que parece aflorar la forma ontológica de la angustia,
curiosamente reflejada en la expresión gramatical equivalente

"ante el temor de que" 
(el retraso engendre el error)...

Sin duda esta forma está en relación con la originalidad lógica del sujeto del aserto: por cuyo motivo lo caracterizamos como aserto subjetivo, a saber que

el sujeto lógico no es allí otro que la forma personal del sujeto del conocimiento
aquel que solo puede expresarse por 
"yo" ["je"]. 

Dicho de otra manera, el juicio que concluye el sofisma no puede ser formulado sino por el sujeto que ha formado su aserto sobre sí, y no puede sin reservas serle imputado por algún otro, al contrario de lo que sucede con las relaciones del sujeto impersonal y del sujeto indefinido recíproco de los dos primeros momentos que son esencialmente transitivas, puesto que el sujeto personal del movimiento lógico las asume en cada uno de estos momentos.

La referencia a estos dos sujetos manifiesta bien el valor lógico del sujeto del aserto.
El primero, que se expresa en el "se" del ,"se sabe que...",
no da más que la forma general del sujeto noético:
puede lo mismo ser dios, mesa o balde.

El segundo, que se expresa en
"los dos blancos" que deben reconocer-" se el  uno al otro",
introduce la forma del otro en cuanto tal, es decir como pura reciprocidad,
puesto que el uno no se reconoce más que en el otro y
no descubre el atributo que es suyo
sino en la equivalencia del tiempo propio de los dos.

El "yo" [je], sujeto del aserto conclusivo,
se aísla por una pulsación de tiempo lógico respecto del otro, es decir
respecto de la relación de reciprocidad.

Este movimiento de génesis lógica del "yo" ["je"]
por una decantación de su tiempo lógico propio es bastante paralelo
a su nacimiento psicológico.
Del mismo modo que, para recordarlo en efecto,
el "yo" ["je"] psicológico se desprende de un transitivismo especular indeterminado,
por el complemento de una tendencia despertada como celos,
el "yo" de que se trata aquí
se define por la subjetivación de una competencia con el otro en la función del tiempo lógico.

Como tal, nos parece, da la forma lógica esencial (mucho más que la forma llamada existencial) del "yo" ["je"] psicológico. (4)

Lo que manifiesta bien el valor esencialmente subjetivo ("asertivo" en nuestra terminología) de la conclusión del sofisma, es la indeterminación en que será mantenido un observador (el director de la cárcel que vigila el juego, por ejemplo), ante la partida simultánea de los tres sujetos, para afirmar de alguno de ellos si ha concluido con justeza en cuanto al atributo de que es portador. El sujeto, en efecto, ha aprehendido el momento de concluir que el es un blanco bajo la evidencia subjetiva de un tiempo de retraso que le hace apresurarse hacia la salida, pero, si no ha aprehendido ese momento, no por ello actúa de modo diferente ante la evidencia objetiva de la partida de los otros, y sale a la vez que ellos, solo que convencido de ser un negro. Todo lo que puede prever el observador es que, si hay un sujeto que ha de declararse en la encuesta negro por haberse apresurado en seguimiento de los otros, será el único que se declarará tal en esos términos.

Finalmente, el juicio asertivo se manifiesta aquí por un acto.
El pensamiento moderno ha mostrado que todo juicio es esencialmente un acto,
y las contingencias dramáticas no hacen aquí más que aislar ese acto en el gesto de la partida de los sujetos, Podrían imaginarse otros modos de expresión del acto de concluir. Lo que hace la singularidad del acto de concluir en el aserto subjetivo demostrado por el sofisma, es que se adelanta a su certidumbre, debido a la tensión temporal de que esta cargado subjetivamente, y que bajo la condición de esa anticipación misma, su certidumbre se verifica en una precipitación lógica determinada por la descarga de esa tensión, para que finalmente la conclusión no se funde ya sino en instancias temporales totalmente objetivadas, y que el aserto se desubjetivice hasta el grado más bajo.

Como lo demuestra lo que sigue.

En primer lugar
reaparece el tiempo objetivo de la intuición inicial del movimiento que,
como aspirado entre el instante de su comienzo y la prisa de su fin,
había parecido estallar como una pompa.
Bajo el impacto de la duda que exfolia la certidumbre subjetiva del momento de concluir,
he aquí que se condensa como un núcleo
en el intervalo de la primera moción suspendida y que
manifiesta al sujeto su límite en el tiempo para comprender que ha pasado para los otros dos
el instante de la mirada y que ha regresado
el momento de concluir.

Ciertamente, si la duda, desde Descartes, está integrada en el valor del juicio,
 hay que observar que, para la forma de aserto aquí estudiada,
 este valor reside menos en la duda que lo suspende
que en la certidumbre anticipada que lo introdujo.

Pero, para comprender la función de esta duda en cuanto al sujeto del aserto,
veamos lo que vale objetivamente la primera suspensión para el observador a quien hemos interesado ya en la moción de conjunto de los sujetos.
Nada más que esto:
es que cada uno, si era imposible hasta ese momento juzgar
en que sentido había concluido,
manifiesta una incertidumbre de su conclusión,
pero que seguramente la habrá confortado si era correcta,
rectificado tal vez si era errónea.

Si, en efecto, subjetivamente, uno cualquiera ha sabido adelantarse, y se detiene, es que se ha puesto a dudar si ha aprehendido bien el momento de concluir que era un blanco, pero lo va a aprehender nuevamente de inmediato, puesto que ya ha hecho su experiencia subjetiva. Si, por el contrario, ha dejado que los otros se le adelanten y que cimenten así en él la conclusión de que es un negro, no puede dudar de que ha aprehendido bien el momento de concluir, precisamente porque no lo ha aprehendido subjetivamente (y en efecto podría incluso encontrar en la nueva iniciativa de los otros la confirmación lógica de su creencia en que él es desemejante de los otros). Pero si se detiene, es que subordina su propia conclusión tan estrechamente a lo que manifiesta la conclusión de los otros, que la suspende en seguida cuando ellos parecen suspender la suya, luego pone en duda que él sea un negro hasta que ellos le muestren de nuevo la vía o la descubra por si mismo, según lo cual concluirá esta vez ya sea que es un negro, ya sea que es un blanco: tal vez en falso, tal vez con acierto, punto que permanece impenetrable a cualquiera que no sea él.

Pero el descenso lógico prosigue hacia el segundo tiempo de suspensión. Cada uno de los sujetos, si ha vuelto a aprehender la certidumbre subjetiva del momento de concluir puede nuevamente ponerla en duda. Pero está ahora sostenida por la objetivación, ya hecha, del tiempo para comprender, y su puesta en duda durará tan solo el instante de la mirada, porque el solo hecho de que la vacilación aparecida en los otros sea la segunda basta para suprimir la suya apenas percibida, puesto que le indica inmediatamente que con seguridad no es un negro,

Aquí el tiempo subjetivo del momento de concluir se objetiva finalmente. Como lo prueba el hecho de que, incluso si uno cualquiera de los sujetos no lo hubiese aprehendido todavía, ahora sin embargo se impone a él; el sujeto, en efecto, que hubiese concluido la primera escansión siguiendo a los otros dos, convencido por ello de ser un negro, se vería en efecto, a causa de la presente y segunda escansión, obligado a invertir su juicio.

Así el aserto de certidumbre del sofisma llega, diremos, al término de la reunión lógica de las dos mociones suspendidas en el acto en que se acaban, a desubjetivizarse en lo más bajo. Como lo manifiesta el hecho de que nuestro observador, si las ha comprobado sincrónicas en los tres sujetos, no puede dudar que ninguno de ellos pueda dejar en la encuesta de declararse blanco.

Finalmente, puede observarse que en ese mismo momento, si todo sujeto puede en la encuesta expresar la certidumbre que finalmente ha verificado, por el aserto subjetivo que se la ha dado en conclusión del sofisma, a saber en estos términos:
 "Me he apresurado a concluir que yo era un blanco, porque si no, ellos debían adelantárseme en reconocerse recíprocamente como blancos
(y si les hubiese dado tiempo para ello, los otros, gracias a aquello mismo que hubiese sido mi solución, me habrían lanzado en el error)",
ese mismo sujeto puede también expresar esa misma certidumbre por su verificación desubjetivizada en lo más bajo del movimiento lógico, a saber en estos términos:
"Se puede saber que se es un blanco, cuando los otros han vacilado dos veces en salir."
Conclusión que, bajo su primera forma, puede ser adelantada como verdadera por el sujeto, desde el momento en que ha constituido el movimiento lógico del sofisma, pero no puede como tal ser asumida por ese sujeto más que personalmente; pero que, bajo su segunda forma, exige que todos los sujetos hayan consumado el descenso lógico que se verifica el sofisma, pero es aplicable por cualquiera a cada uno de ellos. No estando ni siquiera excluido que uno de los sujetos, pero uno solo, llegue a ello sin haber constituido el movimiento lógico del sofisma y por haber seguido tan solo su verificación manifestada en los otros dos sujetos.

La verdad del sofisma como referencia temporalizada de si al otro; el aserto...
La verdad del sofisma como referencia temporalizada de si al otro; el aserto subjetivo
anticipante como forma fundamental de la lógica colectiva 

Así, la verdad del sofisma no viene a ser verificada sino por su presunción, si puede decirse, en el aserto que constituye. Revela así depender de una tendencia que apunta a ella, noción que sería una paradoja lógica si no se redujese a la tensión temporal que determina el momento de concluir.
La verdad se manifiesta en esta forma como adelantándose al error y avanzando sola en el acto que engendra su certidumbre; inversamente el error, como confirmándose en su inercia y enderezándose difícilmente para seguir la iniciativa conquistadora de la verdad.

Pero ¿a que clase de relación responde tal forma lógica? A una forma de objetivación que ella engendra en su movimiento, es a saber a la referencia de un "yo" ["je"] a la común medida del sujeto recíproco, o también: de los otros en cuanto tales, o sea: en cuanto son otros los unos para los otros. Esta común medida está dada por cierto tiempo para comprender, que se revela como una función esencial de la relación lógica de reciprocidad. Esta referencia del "yo" ["je"] a los otros en cuanto tales debe, en cada momento crítico, ser temporalizada, para reducir dialécticamente el momento de concluir el tiempo para comprender a durar tan poco como el instante de la mirada.

Basta con hacer aparecer en el término lógico de los otros la menor disparidad para que se manifieste cuánto depende para todos la verdad del rigor de cada uno, e incluso que la verdad, de ser alcanzada solo por unos, puede engendrar, si es que no confirmar, el error en los otros. Y también esto: que, si bien en esta carrera tras la verdad no se está sino solo, si bien no se es todos cuando se toca lo verdadero, ninguno sin embargo lo toca sino por los otros.

Sin duda estas formas encuentran fácilmente su aplicación en la práctica en una mesa de bridge o en una conferencia diplomática, y hasta en la maniobra del "complejo" en la práctica psicoanalítica.
Pero quisiéramos indicar su aporte a la noción lógica de coIectividad.

Tres faciunt collegium, dice el dicho, y la coletividad está ya integramente representada en la forma del sofisma, puesto que se define como un grupo formado por las relaciones recíprocas de un número definido de individuos, al contrario de la generalidad, que se define como una clase que comprende de manera abstracta un número indefinido de individuos.

Pero basta con desarrollar por recurrencia la demostración del sofisma para ver que puede aplicarse lógicamente a un número ilimitado de sujetos (5). estando establecido que el atributo "negativo" no puede intervenir sino en un número igual al número de los sujetos menos uno (6). Pero la objetivación temporal es más difícil de concebir a medida que la colectividad crece, y parece obstaculizar una Iógica colectiva con Ia que pueda completarse la lógica clásica.

Mostraremos sin embargo qué respuesta debería aportar semejante lógica a la inadecuación que siente uno de una afirmación tal como "Yo soy un hombre" a una forma cualquiera de la lógica clásica, aun traída en conclusión de las premisas que se quieran. ("El hombre es un animal racional...", etc.).

Mas cerca sin duda de su valor verdadero aparece presentada en conclusión de la forma aquí demostrada del aserto subjetivo anticipante, a saber como sigue:

1ro. Un hombre sabe lo que no es un hombre;
2do.Los hombres se reconocen entre ellos por ser hombres;
3ro.Yo afirmo ser un hombre, por temor de que los hombres me convenzan de no ser un hombre.
Movimiento que da la forma lógica de toda asimilación "humana", en cuanto precisamente se plantea como asimiladora de una barbarie, y que sin embargo reserva la determinación esencia al del "yo" ["je"]...(7)


NOTAS

(1) Nos fue pedido en marzo de 1945 por Christian Zervos que colaborásemos con cierto número de escritores en el número de reaparición de su revista, Les Cahiers d'Art, concebido en el designio de colmar con el elenco de su sumario un paréntesis de cifras en su tapa: 1940-1944, significante para muchas gentes.
Nos lanzamos con este artículo, perfectamente al tanto de que ello equivalía a hacerlo inmediatamente inencontrable.
Ojalá resuene con una nota justa entre el antes y el después donde lo colocamos aquí, incluso si demuestra que el después hacía antesala para que el antes pudiera tomar su fila.

(2) Y no menos la de los espíritus formados por esa tradición, como lo atestigua el siguiente recado que recibimos de un espíritu sin embargo audaz en otros dominios, después de una velada en que la discusión de nuestro fecundo sofisma había provocado en los espíritus selectos de un colegio íntimo un verdadero pánico confusional. Al menos, a pesar de sus primeras palabras, este recado muestra las huellas de un laborioso ajuste.
"Mi querido Lacan: este recado apresurado para dirigir su reflexión hacia una nueva dificultad: a decir verdad, el razonamiento admitido ayer no es concluyente, pues ninguno de los tres estados posibles: ooo-ooe-oee, es reducible al otro (a pesar de las apariencias): sólo el último es decisivo.
"Consecuencia: cuando A se supone negro, ni B ni C pueden salir, porque no pueden deducir de su propio comportamiento si son negros o blancos: pues si uno es negro, el otro sale, y si es blanco, el otro sale también, puesto que el primero no sale (y recíprocamente). Si A se supone blanco, tampoco pueden salir. De manera que, también en este caso, A no puede deducir del comportamiento de los otros el color de su disco."
Así, nuestro contradictor, por ver demasiado bien el caso, permanecía ciego al hecho de que no es la partida de los otros, sino su espera, lo que determina el juicio del sujeto. Y por refutarnos efectivamente con cierto apresuramiento, dejaba que se le escapase lo que intentamos demostrar aquí: la función de la prisa en Iógica.

(3) "Irreductibles'', como se expresa el contradictor citado en la nota que precede.

(4) Así el "yo", forma tercera del sujeto de la enunciación en lógica, es aquí todavía la "primera persona", pero también la única y la última. Pues la segunda persona gramatical pertenece a otra función del lenguaje. En cuanto a la tercera persona gramatical, es sólo presunta: es un demostrativo, igualmente aplicable al campo del enunciado y a todo lo que en él se particulariza.
(5) He aquí el ejemplo para cuatro sujetos, cuatro discos blancos, tres discos negros.

A piensa que, si él fuera un negro, uno cualquiera de B. C, D podría pensar de los otros dos que, si a su vez él fuera negro, éstos no tardarían en saber que ellos son blancos. Uno cualquiera de B, C, D debería pues concluir rápidamente que éI es blanco, cosa que no aparece. Entonces A, dándose cuenta de que si lo ven negro, B. C, D, tienen sobre éI la ventaja de no tener que hacer esa suposición se apresura a concluir que éI es un blanco.
Pero ¿no salen todos al mismo tiempo que él? A, en la duda, se detiene. y todos también. Pero sí todos también se detienen, ¿qué quiere decir? O bien a que se detienen presas de la misma duda que A, y A puede re-emprender su carrera sin cuidados. O bien es que A es negro y que uno cualquiera de B, C, D se ha puesto a dudar si la partida de los otros dos no significará que él es negro, asimismo a pensar que, si se detienen, no es porque éI sea blanco, puesto que uno u otro puede dudar todavía un instante si no es negro: puede aún plantear que deberían partir antes que él si éI mismo es negro, y salir a su vez de esa vana espera, seguro de ser lo que es, es decir blanco. ¿Así que B, C, D no lo hacen? Pues entonces lo hago yo, dice A. Todos vuelven entonces a partir.
Segunda parada. Admitiendo que yo sea negro, se dice A, uno cualquiera de B, C, D debe ahora ver claro que no podría imputar a los otros dos una nueva vacilación si él fuese negro: y que por lo tanto es blanco. B, C, D deben pues volver a partir antes que él. A falta de lo cual A parte de nuevo, y todos con él.
Tercera parada. Pero todos deben saber ya que son blancos si yo fuese efectivamente negro, se dice A. Así que si se paran... Y la certidumbre queda verificada en tres ocasiones suspensivas.

(6) Cf. Ia condición de este menos uno en el atributo con la función psicoanalítica del Uno-Además en el sujeto del psicoanálisis (cf. en este tomo, p. 402).

(7) Que el lector que prosiga en este volumen regrese a esta referencia a lo colectivo que es el final de este artículo, para situar gracias a ella lo que Freud ha producido bajo el registro de la psicología colectiva (Massenpsychologie und Ichanalyse, 1920): lo colectivo no es nada sino el sujeto de lo individual.

Fuente: Los Escritos de Jacques Lacan.

seguir el texto en francés, aquí.


Le temps logique et l'assertion
de certitude anticipée
Un nouveau sophisme
Jacques Lacan

  Il nous fut demandé en mars 1945 par Christian Zervos de contribuer avec un certain nombre d'écrivains au numéro de reprise de sa revue, les Cahiers d'Art, conçu au dessein de combler du palmarès de son sommaire, une parenthèse de chiffres sur sa couverture : 1940-1944, signifiante pour beaucoup de gens.
  Nous y allâmes de cet article, bien au fait de ce que c'était le rendre introuvable aussitôt.
  Puisse-t-il retentir d'une note juste entre l'avant et l'après où nous le plaçons ici, même s'il démontre que l'après faisait antichambre, pour que l'avant pût prendre rang.
 

    Un problème de logique.

    Le directeur de la prison fait comparaître trois détenus de choix et leur communique l'avis suivant :"Pour des raisons que je n'ai pas à vous rapporter maintenant, messieurs, je dois libérer un d'entre vous. Pour décider lequel, j'en remets le sort à une épreuve que vous allez courir, s'il vous agrée.
    "Vous êtes trois ici présents. Voici cinq disques qui ne diffèrent que par leur couleur : trois sont blancs, et deux sont noirs. Sans lui faire connaître duquel j'aurai fait choix, je vais fixer â chacun de vous un de ces disques entre les deux épaules, c'est-à-dire hors de la portée directe de son regard, toute possibilité indirecte d'y atteindre par la vue étant également exclue par l'absence ici d'aucun moyen de se mirer.
    "Dès lors, tout loisir vous sera laissé de considérer vos compagnons et les disques dont chacun d'eux se montrera porteur, sans qu'il vous soit permis, bien entendu, de vous communiquer l'un à l'autre le résultat de votre inspection. Ce qu'au reste votre intérêt seul vous interdirait. Car c'est le premier à pouvoir en conclure sa propre couleur qui doit bénéficier de la mesure libératoire dont nous disposons.
    "Encore faudra-t-il que sa conclusion soit fondée sur des motifs de logique, et non seulement de probabilité. A cet effet, il est convenu que, dès que l'un d'entre vous sera prêt à en formuler une telle, il franchira cette porte afin que, pris à part, il soit jugé sur sa réponse."
    Ce propos accepté, on pare nos trois sujets chacun d'un disque blanc, sans utiliser les noirs, dont on ne disposait, rappelons-le, qu'au nombre de deux.
    Comment les sujets peuvent-ils résoudre le problème?

    La solution parfaite.

    Après s'être considérés entre eux un certain temps, les trois sujets font ensemble quelques pas qui les mènent de front à franchir la porte. Séparément, chacun fournit alors une réponse semblable qui s'exprime ainsi :
    "Je suis un blanc, et voici comment je le sais. Etant donné que mes compagnons étaient des blancs, j'ai pense que, Si j'étais un noir, chacun d'eux eût pu en inférer ceci : "Si j'étais un noir moi aussi, l'autre, y devant reconnaître immédiatement qu'il est un blanc, serait sorti aussitôt, donc je ne suis pas un noir" Et tous deux seraient sortis ensemble, convaincus d'être des blancs. S'ils n'en faisaient rien, c'est que j'étais un blanc comme eux. Sur quoi, j'ai pris la porte, pour faire connaître ma conclusion."
    C’est ainsi que tous trois sont sortis simultanément forts des mêmes raisons de conclure.

    Valeur sophistique de cette solution.

    Cette solution, qui se présente comme la plus parfaite que puisse comporter le problème, peut-elle être atteinte à l'expérience? Nous laissons à l’initiative de chacun le soin d'en décider.
    Non certes que nous allions à conseiller d'en faire l'épreuve au naturel, encore que le progrès antinomique de notre époque semble depuis quelque temps en mettre les conditions à la portée d'un toujours plus grand nombre nous craignons, en effet, bien qu'il ne soit ici prévu que des gagnants, que le fait ne s'écarte trop de la théorie, et par ailleurs nous ne sommes pas de ces récents philosophes pour qui la contrainte de quatre murs n'est qu'une faveur de plus pour le fin du fin de la liberté humaine.
    Mais, pratiquée dans les conditions innocentes de la fiction, l'expérience ne décevra pas, nous nous en portons garant, ceux qui gardent quelque goût de s'étonner. Peut-être s'avérera-t-elle pour le psychologue de quelque valeur scientifique, du moins Si nous faisons foi à ce qui nous a paru s'en dégager, pour l'avoir essayée sur divers groupes convenablement choisis d'intellectuels qualifiés, d'une toute spéciale méconnaissance, chez ces sujets, de la réalité d'autrui.
    Pour nous, nous ne voulons nous attacher ici qu'à la valeur logique de la solution présentée. Elle nous apparaît en effet comme un remarquable sophisme, au sens classique du mot, c'est-à-dire comme un exemple significatif pour résoudre les formes d'une fonction logique au moment historique où leur problème se présente à l'examen philosophique. Les images sinistres du récit s'y montreront certes contingentes. Mais, pour peu que notre sophisme n'apparaisse pas sans répondre à quelque actualité de notre temps, il n'est pas superflu qu'il en porte le signe en de telles images, et c'est pourquoi nous lui en conservons le support, tel que l'hôte ingénieux d'un soir l'apporta à notre réflexion.
    Nous nous mettons maintenant sous les auspices de celui qui parfois se présente sous l'habit du philosophe, qu'il faut plus souvent chercher ambigu dans les propos de l’humoriste, mais qu'on rencontre toujours au secret de l'action du politique, le bon logicien, odieux au monde.

    Discussion du sophisme.

    Tout sophisme se présente d'abord comme une erreur logique, et l'objection à celui-ci trouve facilement son premier argument. On appelle A le sujet réel qui vient conclure pour lui-même, B et C ceux réfléchis sur la conduite desquels il établit sa déduction. Si la conviction de B, nous dira-t-on, se fonde sur l'expectative de C, l'assurance de celle-là doit logiquement se dissiper avec la levée de celle-ci; réciproquement pour C par rapport à B; et tous deux de rester dans l'indécision. Rien ne nécessite donc leur départ dans le cas où A serait un noir. D'où il résulte que A ne peut en déduire qu'il soit un blanc.
    A quoi il faut répliquer d'abord que toute cette cogitation de B et de C leur est imputée à faux, puisque la situation qui seule pourrait la motiver chez eux de voir un noir n'est pas la vraie, et qu'il s'agit de savoir si, cette situation étant supposée, son développement logique leur est imputé à tort. Or il n'en est rien. Car, dans cette hypothèse, c'est le fait qu'aucun des deux n'est parti le premier qui donne à chacun à se penser comme blanc, et il est clair qu'il suffirait qu'ils hésitassent un instant pour que chacun d'eux soit rassuré, sans doute possible, dans sa conviction d’être un blanc. Car l'hésitation est exclue logiquement pour quiconque verrait deux noirs. Mais elle est aussi exclue réellement, dans cette première étape de la déduction, car, personne ne se trouvant en présence d'un noir et d'un blanc, il n'est question que personne sorte pour la raison qui s'en déduit.
    Mais l'objection se représente plus forte à la seconde étape de la déduction de A. Car, Si c'est à bon droit qu'il est venu à sa conclusion qu'il est un blanc, en posant que, s'il était noir, les autres ne tarderaient pas à se savoir blancs et devraient sortir, voici qu'il lui faut en revenir, aussitôt l'a-t-il formée, puisque au moment d'être mû par elle, il voit les autres s'ébranler avec lui.
    Avant d'y répondre, reposons bien les termes logiques du problème. A désigne chacun des sujets en tant qu'il est lui-même sur la sellette et se décide ou non à sur soi conclure. B et C ce sont les deux autres en tant qu'objets du raisonnement de A. Mais, Si celui-ci peut lui imputer correctement, nous venons de le montrer, une cogitation en fait fausse, il ne saurait tenir compte que de leur comportement réel.
    Si A, de voir B et C s'ébranler avec lui, revient à douter d'être par eux vu noir, il suffit qu'il repose la question, en s'arrêtant, pour la résoudre. Il les voit en effet s'arrêter aussi : car chacun étant réellement dans la même situation que lui, ou, pour mieux dire, chacun des sujets étant A en tant que réel, c'est-à-dire en tant qu'il se décide ou non à sur soi conclure, rencontre le même doute au même moment que lui. Mais alors, quelque pensée que A impute à B et à C, c'est à bon droit qu'il conclura à nouveau d'être soi-même un blanc. Car il pose derechef - que, s'il était un noir, B et C eussent dû poursuivre, - ou bien, s'il admet qu'ils hésitent, selon l'argument précédent qui trouve ici l'appui du fait et les ferait douter s'ils ne sont pas eux-mêmes des noirs, qu'à tout le moins devraient-ils repartir avant lui (puisqu'en étant noir il donne à leur hésitation même sa portée certaine pour qu'ils concluent d'être des blancs). Et c'est parce que, de le voir en fait blanc, ils n'en font rien, qu'il prend lui-même l’initiative de le faire, c'est-à-dire qu'ils repartent tous ensemble, pour déclarer qu'ils sont des blancs.
    Mais l'on peut nous opposer encore qu'à lever ainsi l'obstacle nous n'avons pas pour autant réfuté l'objection logique, et qu'elle va se représenter la même avec la réitération au mouvement et reproduire chez chacun des sujets le même doute et le même arrêt.
    Assurément, mais il faut bien qu'il y ait eu un progrès logique d'accompli. Pour la raison que cette fois A ne peut tirer de l'arrêt commun qu'une conclusion sans équivoque. C'est que, s'il était un noir, B et C n'eussent pas dû s’arrêter, absolument. Car au point présent il est exclu qu'ils puissent hésiter une seconde fois à conclure qu'ils sont des blancs : une seule hésitation, en effet, est suffisante à ce que l'un à l'autre ils se démontrent que certainement ni l'un ni l'autre ne sont des noirs. Si donc B et C se sont arrêtés, A ne peut être qu'un blanc. C'est-à-dire que les trois sujets sont cette fois confirmés dans une certitude, qui ne permet ni à l'objection ni au doute de renaître.
    Le sophisme garde donc, à l’épreuve de la discussion toute la rigueur contraignante d'un procès logique, à la condition qu'on lui intègre la valeur des deux scansions suspensives, que cette épreuve montre le vérifier dans l'acte même où chacun des sujets manifeste qu'il l'a mené à sa conclusion.

    Valeur des motions suspendues dans le procès.

    Est-il justifié d'intégrer à la valeur du sophisme les deux motions suspendues ainsi apparues? Pour en décider, il faut examiner quel est leur rôle dans la solution du procès logique.
    Elles ne jouent ce rôle, en effet, qu'après la conclusion du procès logique, puisque l'acte qu'elles suspendent manifeste cette conclusion même. On ne peut donc objecter de là qu'elles apportent dans la solution un élément externe au procès logique lui-même.
    Leur rôle, pour être crucial dans la pratique du procès logique, n'est pas celui de l'expérience dans la vérification d'une hypothèse, mais bien d'un fait intrinsèque à l’ambiguïté logique.
    Du premier aspect en effet, les données du problème se décomposeraient ainsi :
    1° trois combinaisons sont logiquement possibles des attributs caractéristiques des sujets : deux noirs, un blanc, - un noir, deux blancs, - trois blancs. La première étant exclue par l'observation de tous, une inconnue reste ouverte entre les deux autres, que vient résoudre :
    2° la donnée d'expérience des motions suspendues, qui équivaudrait à un signal par où les sujets se communiqueraient l'un à l'autre, sous une forme déterminée par les conditions de l'épreuve, ce qu'il leur est interdit d'échanger sous une forme intentionnelle : savoir ce qu'ils voient l'un de l'attribut de l'autre.
    Il n'en est rien, car ce serait là donner du procès logique une conception spatialisée, celle-là même qui transparaît chaque fois qu'il prend l'aspect de l'erreur et qui seule objecte à la solubilité du problème.
    C'est justement parce que notre sophisme ne la tolère pas, qu'il se présente comme une aporie pour les formes de la logique classique, dont le prestige "éternel" reflète cette infirmité non moins reconnue pour être la leur[1] : à savoir qu'elles n'apportent jamais rien qui ne puisse déjà être vu d'un seul coup.
    Tout au contraire, l'entrée en jeu comme signifiants des phénomènes ici en litige fait-elle prévaloir la structure temporelle et non pas spatiale du procès logique. Ce que les motions suspendues dénoncent, ce n'est pas ce que les sujets voient, c'est ce qu'ils ont trouvé positivement de ce qu'ils ne voient pas : à savoir l'aspect des disques noirs. Ce par quoi elles sont signifiantes, est constitué non pas par leur direction, mais par leur temps d'arrêt. Leur valeur cruciale n'est pas celle d'un choix binaire entre deux combinaisons juxtaposées dans l'inerte[2], et dépareillées par l'exclusion visuelle de la troisième, mais du mouvement de vérification institué d'un procès logique où le sujet a transformé les trois combinaisons possibles en trois temps de possibilité.
    C'est pourquoi aussi, tandis qu'un seul signal devrait suffire pour le seul choix qu'impose la première interprétation erronée, deux scansions sont nécessaires pour la vérification des deux laps qu'implique la seconde et seule valable.
    Loin d'être une donnée d'expérience externe dans le procès logique, les motions suspendues y sont si nécessaires que seule l'expérience peut y faire manquer le synchronisme qu'elles impliquent de se produire d'un sujet de pure logique et faire échouer leur fonction dans le procès de la vérification.
    Elles n'y représentent rien en effet que les paliers de dégradation dont la nécessité fait apparaître l'ordre croissant des instances du temps qui s'enregistrent dans le procès logique pour s'intégrer dans sa conclusion.
    Comme on le voit dans la détermination logique des temps d’arrêt qu'elles constituent, laquelle, objection du logicien ou doute du sujet, se révèle à chaque fois comme le déroulement subjectif d'une instance du temps, ou pour mieux dire, comme la fuite du sujet dans une exigence formelle.
    Ces instances du temps, constituantes du procès du sophisme, permettent d'y reconnaître un véritable mouvement logique. Ce procès exige l'examen de la qualité de ses temps.

    La modulation du temps dans le mouvement du sophisme : l'instant du regard, le temps pour comprendre et le moment de conclure.

    Il s'isole dans le sophisme trois moments de l'évidence, dont les valeurs logiques se révéleront différentes et d'ordre croissant. En exposer la succession chronologique, c'est encore les spatialiser selon un formalisme qui tend à réduire le discours à un alignement de signes. Montrer que l'instance du temps se présente sous un mode différent en chacun de ces moments, c'est préserver leur hiérarchie en y révélant une discontinuité tonale, essentielle à leur valeur. Mais saisir dans la modulation du temps la fonction même par où chacun de ces moments, dans le passage au suivant, s'y résorbe, seul subsistant le dernier qui les absorbe; c'est restituer leur succession réelle et comprendre vraiment leur genèse dans le mouvement logique. C'est ce que nous allons tenter à partir d'une formulation, aussi rigoureuse que possible, de ces moments de l'évidence.
      1° A être en face de deux noirs, on sait qu'on est un blanc.
      C'est là une exclusion logique qui donne sa base au mouvement. Qu'elle lui soit antérieure, qu'on la puisse tenir pour acquise par les sujets avec les données du problème, lesquelles interdisent la combinaison de trois noirs, est indépendant de la contingence dramatique qui isole leur énoncé en prologue. A l'exprimer sous la forme deux noirs :: un blanc, on voit la valeur instantanée de son évidence, et son temps de fulguration, si l'on peut dire, serait égal à zéro.
      Mais sa formulation au départ déjà se module : par la subjectivation qui s'y dessine, encore qu'impersonnelle sous la forme de l' "on sait que...", et par la conjonction des propositions qui, plutôt qu'elle n'est une hypothèse formelle, en représente une matrice encore indéterminée, disons cette forme de conséquence que les linguistes désignent sous les termes de la prothase et de l'apodose: "A être..., alors seulement on sait qu'on est... "
      Une instance du temps creuse l'intervalle pour que le donné de la prothase, "en face de deux noirs", se mue en la donnée de l'apodose, "on est un blanc" : il y faut l'instant du regard. Dans l'équivalence logique des deux termes "Deux noirs : un blanc", cette modulation du temps introduit la forme qui, dans le second moment, se cristallise en hypothèse authentique, car elle va viser la réelle inconnue du problème, à savoir l'attribut ignoré du sujet lui-même. Dans ce passage, le sujet rencontre la suivante combinaison logique et, seul à pouvoir y assumer l'attribut du noir, vient, dans la première phase du mouvement logique, à formuler ainsi l'évidence suivante
      2° Si j'étais un noir, les deux blancs que je vois ne tarderaient pas à se reconnaître pour être des blancs.
      C'est là une intuition par où le sujet objective quelque chose de plus que les données de fait dont l'aspect lui est offert dans les deux blancs; c'est un certain temps qui se définit (aux deux sens de prendre son sens et de trouver sa limite) par sa fin, à la fois but et terme, a savoir pour chacun des deux blancs le temps pour comprendre, dans la situation de voir un blanc et un noir, qu'il tient dans l'inertie de son semblable la clef de son propre problème. L'évidence de ce moment suppose la durée d'un temps de méditation que chacun des deux blancs doit constater chez l'autre et que le sujet manifeste dans les termes qu'il attache aux lèvres de l'un et de l'autre, comme s'ils étaient inscrit sur une banderole : "Si j'étais un noir, il serait sorti sans attendre un instant, s'il reste a méditer, c'est que je suis un blanc."
      Mais, ce temps ainsi objectivé dans son sens, comment mesurer sa limite? Le temps pour comprendre peut se réduire a l'instant du regard, mais ce regard dans son instant peut inclure tout le temps qu'il faut pour comprendre. Ainsi, l'objectivité de ce temps vacille avec sa limite. Seul subsiste son sens avec la forme qu'il engendre de sujets indéfinis sauf par leur réciprocité; et dont l'action est suspendue par une causalité mutuelle à un temps qui se dérobe sous le retour même de l'intuition qu'il a objectivée. C'est par cette modulation du temps que s'ouvre, avec la seconde phase du mouvement logique, la voie qui mène à l'évidence suivante:
      3° Je me hâte de m'affirmer pour être un blanc, pour que ces blancs, par moi ainsi considérés, ne me devancent pas à se reconnaître pour ce qu'ils sont.
      C'est là l'assertion sur soi, par où le sujet conclut le mouvement logique dans la décision d'un jugement. Le retour même du mouvement de comprendre, sous lequel a vacillé l'instance du temps qui le soutient objectivement, se poursuit chez le sujet en une réflexion, où cette instance ressurgit pour lui sous le mode subjectif d'un temps de retard sur les autres dans ce mouvement même, et se présente logiquement comme l'urgence du moment de conclure. Plus exactement, son évidence se révèle dans la pénombre subjective, comme l'illumination croissante d'une frange à la limite de l'éclipse que subit sous la réflexion l'objectivité du temps pour comprendre.
      Ce temps, en effet, pour que les deux blancs comprennent la situation qui les met en présence d'un blanc et d'un noir, il apparaît au sujet qu'il ne diffère pas logiquement du temps qu'il lui a fallu pour la comprendre lui-même, puisque cette situation n'est autre que sa propre hypothèse. Mais, si cette hypothèse est vraie, les deux blancs voient réellement un noir, ils n'ont donc pas eu à en supposer la donnée. Il en résulte donc que, Si le cas est tel, les deux blancs le devancent du temps de battement qu'implique à son détriment d'avoir eu à former cette hypothèse même. C'est donc le moment de conclure qu'il est blanc; s'il se laisse en effet devancer dans cette conclusion par ses semblables, il ne pourra plus reconnaître s'il n'est pas un noir. Passé le temps pour comprendre le moment de conclure, c'est le moment de conclure le temps pour comprendre. Car autrement ce temps perdrait son sens. Ce n'est donc pas en raison de quelque contingence dramatique, gravité de l'enjeu, ou émulation du jeu, que le temps presse; c'est sous l'urgence du mouvement logique que le sujet précipite à la fois son jugement et son départ, le sens étymologique du verbe, la tête en avant, donnant la modulation où la tension du temps se renverse en la tendance à l'acte qui manifeste aux autres que le sujet a conclu. Mais arrêtons-nous en ce point où le sujet dans son assertion atteint une vérité qui va être soumise à l'épreuve du doute, mais qu’il ne saurait vérifier s'il ne l'atteignait pas d'abord dans la certitude. La tension temporelle y culmine, puisque, nous le savons déjà, c'est le déroulement de sa détente qui va scander l'épreuve de sa nécessité logique. Quelle est la valeur logique de cette assertion conclusive? C'est ce que nous allons tenter maintenant de mettre en valeur dans le mouvement logique où elle se vérifie.

    La tension du temps dans l'assertion subjective et sa valeur manifestée dans la démonstration du sophisme.

    La valeur logique du troisième moment de l'évidence, qui se formule dans l'assertion par où le sujet conclut son mouvement logique, nous paraît digne d'être approfondie. Elle révèle en effet une forme propre à une logique assertive, dont il faut démontrer à quelles relations originales elle s'applique.
    Progressant sur les relations propositionnelles des deux premiers moments, apodose et hypothèse, la conjonction ici manifestée se noue en une motivation de la conclusion, "pour qu'il n’y ait pas" (de retard qui engendre l'erreur), où semble affleurer la forme ontologique de l'angoisse, curieusement reflétée dans l'expression grammaticale équivalente, "de peur que" (le retard n'engendre l'erreur)...
    Sans doute cette forme est-elle en relation avec l'originalité logique du sujet de l'assertion : en raison de quoi nous la caractérisons comme assertion subjective, à savoir que le sujet logique n'y est autre que la forme personnelle du sujet de la connaissance, celui qui ne peut être exprimé que par "je". Autrement dit, le jugement qui conclut le sophisme ne peut être porté que par le sujet qui en a formé l'assertion sur soi, et ne peut sans réserve lui être imputé par quelque autre, - au contraire des relations du sujet impersonnel et du sujet indéfini réciproque des deux premiers moments qui sont essentiellement transitives, puisque le sujet personnel du mouvement logique les assume à chacun de ces moments.
    La référence à ces deux sujets manifeste bien la valeur logique du sujet de l'assertion. Le premier, qui s'exprime dans l' "on" de l' "on sait que...", ne donne que la forme générale du sujet noétique: il peut être aussi bien dieu, table ou cuvette. Le second, qui s'exprime dans "les deux blancs" qui doivent "l'un l'autre se" reconnaître, introduit la forme de l'autre en tant que tel, c'est-à-dire comme pure réciprocité, puisque l'un ne se reconnaît que dans l'autre et ne découvre l'attribut qui est le sien que dans l'équivalence de leur temps propre. Le "je", sujet de l'assertion conclusive, s'isole par unbattement de temps logique d'avec l'autre, c'est-à-dire d'avec la relation de réciprocité. Ce mouvement de genèse logique du "je" par une décantation de son temps logique propre est assez parallèle à sa naissance psychologique. De même que, pour le rappeler en effet, le "je" psychologique se dégage d'un transitivisme spéculaire indéterminé, par l'appoint d'une tendance éveillée comme jalousie, le "je" dont il s'agit ici se définit par la subjectivation d'une concurrence avec l'autre dans la fonction du temps logique. Il nous parait comme tel donner la forme logique essentielle (bien plutôt que la forme dite existentielle) du "je" psychologique[3].
    Ce qui manifeste bien la valeur essentiellement subjective ("assertive" dans notre terminologie) de la conclusion du sophisme, c'est l'indétermination où sera tenu un observateur (le directeur de la prison qui surveille le jeu, par exemple), devant le départ simultané des trois sujets, pour affirmer d'aucun s'il a conclu juste quant à l'attribut dont il est porteur. Le sujet, en effet, a saisi le moment de conclure qu'il est un blanc sous l'évidence subjective d'un temps de retard qui le presse vers la sortie, mais, s'il n'a pas saisi ce moment, il n'en agit pas autrement sous l'évidence objective du départ des autres, et du même pas qu'eux sort-il, seulement assuré d'être un noir. Tout ce que l'observateur peut prévoir, c'est que, s'il y a un sujet qui doit déclarer à l'enquête être un noir pour s'être hâté à la suite des deux autres, il sera seul à se déclarer tel en ces termes.
    Enfin, le jugement assertif se manifeste ici par un acteLa pensée moderne a montré que tout jugement est essentiellement un acte, et les contingences dramatiques ne font ici qu'isoler cet acte dans le geste du départ des sujets. On pourrait imaginer d'autres modes d'expression à l'acte de conclure Ce qui fait la singularité de l'acte de conclure dans l'assertion subjective démontrée par le sophisme c'est qu'il anticipe sur sa certitude en raison de la tension temporelle dont il est chargé subjectivement et qu’à condition de cette anticipation même, sa certitude se vérifie dans une précipitation logique que détermine la décharge de cette tension, pour qu'enfin la conclusion ne se fonde plus que sur des instances temporelles toutes objectivées, et que l'assertion se désubjective au plus bas degré. Comme le démontre ce qui suit.
    D'abord reparaît le temps objectif de l'intuition initiale du mouvement qui, comme aspiré entre l'instant de son début et la hâte de sa lin, avait paru éclater comme une bulle. Sous le coup du doute qui exfolie la certitude subjective du moment de conclure, voici qu'il se condense comme un noyau dans l'intervalle de la première motion suspendue et qu'il manifeste au sujet sa limite dans le temps pour comprendre qu'est passé pour les deux autres l'instant du regard et qu'est revenu le moment de conclure.
    Assurément, si le doute, depuis Descartes, est intégré à la valeur du jugement, il faut remarquer que, pour la forme d'assertion ici étudiée, cette valeur tient moins au doute qui la suspend qu'à lacertitude anticipée qui l'a introduite.
    Mais, pour comprendre la fonction de ce doute quant au sujet de l'assertion, voyons ce que vaut objectivement la première suspension pour l'observateur que nous avons déjà intéressé à la motion d'ensemble des sujets. Rien de plus que ceci c'est que chacun, s'il était impossible jusque-là de juger dans quel sens il avait conclu, rnanifeste une incertitude de sa conclusion, mais qu'il l'aura certainement confortée si elle était correcte, rectifiée peut-être si elle était erronée.
    Si, en effet, subjectivement, l'un quelconque a su prendre les devants et s'il s'arrête, c'est qu'il s'est pris à douter s'il a bien saisi le moment de conclure qu'il était un blanc, mais il va le ressaisir aussitôt, puisque déjà il en a fait l'expérience subjective. Si, au contraire, il a laissé les autres le devancer et ainsi fonder en lui la conclusion qu'il est un noir, il ne peut douter d'avoir bien saisi le moment de conclure, précisément parce qu'il ne l'a pas saisi subjectivement (et en effet il pourrait même trouver dans la nouvelle initiative des autres la confirmation logique de ce qu'il se croit d'eux dissemblable). Mais, s'il s'arrête, c'est qu'il subordonne sa propre conclusion si étroitement à ce qui manifeste la conclusion des autres, qu'il la suspend aussitôt quand ils paraissent suspendre la leur, donc qu'il met en doute qu'il soit un noir, jusqu'à ce qu'ils lui montrent à nouveau la voie ou que lui-même la découvre, selon quoi il conclura cette fois d'être un noir, soit d'être un blanc : peut-être faux, peut-être juste, point qui reste impénétrable à tout autre qu'à lui-même.
    Mais la descente logique se poursuit vers le second temps de suspension. Chacun des sujets, s'il a ressaisi la certitude subjective du moment de conclure, peut à nouveau la mettre en doute. Mais elle est maintenant soutenue par l'objectivation une fois faite du temps pour comprendre, et sa mise en doute ne durera que l'instant du regard, car le seul fait que l'hésitation apparue chez les autres soit la seconde, suffit à lever la sienne, aussitôt qu'aperçue, puisqu'elle lui indique irnmédiatement qu'il n'est certainement pas un noir.
    Ici le temps subjectif du moment de conclure s'objective enfin. Comme le prouve ceci que, même si l'un quelconque des sujets ne l'avait pas saisi encore, il s'impose à lui pourtant maintenant; le sujet, en effet, qui aurait conclu la première scansion en prenant la suite des deux autres, convaincu par là d'être un noir, serait en effet, de par la présente et seconde scansion, contraint de renverser son jugement.
    Ainsi l'assertion de certitude du sophisme vient, dirons-nous, au terme du rassemblement logique des deux motions suspendues dans l'acte où elles s'achèvent, à se désubjectiver au plus bas. Comme le manifeste ceci que notre observateur, s'il les a constatées synchrones chez les trois sujets, ne peut douter d'aucun d'entre eux qu'il ne doive à l'enquête se déclarer pour être un blanc.
    Enfin, l'on peut remarquer qu’à ce même moment, si tout sujet peut, à l'enquête, exprimer la certitude qu'il a enfin vérifiée, par l'assertion subjective qui la lui a donnée en conclusion du sophisme, à savoir en ces termes : "Je me suis hâté de conclure que j'étais un blanc, parce qu'autrement ils devaient me devancer à se reconnaître réciproquement pour des blancs (et que, si je leur en avais laissé le temps, ils m'auraient, par cela même qui eût été mon fait, plongé dans l'erreur)", ce même sujet peut aussi exprimer cette même certitude par sa vérification désubjectivée au plus bas dans le mouvement logique, à savoir en ces termes : "On doit savoir qu'on est un blanc, quand les autres ont hésité deux fois à sortir." Conclusion qui, sous sa première forme, peut être avancée comme véritable par le sujet, dès qu'il a constitué le mouvement logique du sophisme,. mais ne peut comme telle être assumée par ce sujet que personnellement, - mais qui, sous sa seconde forme, exige que tous les sujets aient consommé la descente logique qui vérifie le sophisme, mais est applicable par quiconque à chacun d'entre eux. N'étant pas même exclu que l'un des sujets, mais un seul, y parvienne, sans avoir constitué le mouvement logique du sophisme et pour avoir seulement suivi sa vérification manifestée chez les deux autres sujets.

    La vérité du sophisme comme référence temporalisée de soi à l'autre : l'assertion subjective anticipante comme forme fondamentale d'une logique collective.

    Ainsi, la vérité du sophisme ne vient à être vérifiée que de sa présomption, si l'on peut dire, dans l'assertion qu'il constitue. Elle se révèle ainsi dépendre d'une tendance qui la vise, notion qui serait un paradoxe logique, si elle ne se réduisait à la tension temporelle qui détermine le moment de conclure.
    La vérité se manifeste dans cette forme comme devançant l'erreur et s'avançant seule dans l'acte qui engendre sa certitude; inversement l'erreur, comme se confirmant de son inertie, et se redressant mal à suivre l'initiative conquérante de la vérité.
    Mais à quelle sorte de relation répond une telle forme logique? A une forme d'objectivation qu'elle engendre dans son mouvement, c'est à savoir à la référence d'un "je" à la commune mesure du sujet réciproque, ou encore : des autres en tant que tels, soit en tant qu'ils sont autres les uns pour les autres. Cette commune mesure est donnée par un certain temps pour comprendre, qui se révèle comme une fonction essentielle de la relation logique de réciprocité. Cette référence du "je" aux autres en tant que tels doit, dans chaque moment critique, être temporalisée, pour dialectiquement réduire le moment de conclure le temps pour comprendre à durer aussi peu que l'instant du regard.
    Il n'est que de faire apparaître au terme logique des autres la moindre disparate pour qu'il s'en manifeste combien la vérité pour tous dépend de la rigueur de chacun, et même que la vérité, à être atteinte seulement par les uns, peut engendrer, sinon confirmer, l'erreur chez les autres. Et encore ceci que, si dans cette course à la vérité, on n'est que seul, si l'on n'est tous, à toucher au vrai, aucun n'y touche pourtant sinon par les autres.
    Assurément ces formes trouvent facilement leur application dans la pratique à une table de bridge ou à une conférence diplomatique, voire dans la manœuvre du "complexe" en pratique psychanalytique.
    Mais nous voudrions indiquer leur apport a la notion logique de collectivité.
    Tres faciunt collegium, dit l'adage, et la collectivité est déjà intégralement représentée dans la forme du sophisme, puisqu'elle se définit comme un groupe formé par les relations réciproques d'un nombre défini d'individus, au contraire de la généralité, qui se définit comme une classe comprenant abstraitement un nombre indéfini d'individus.
    Mais il suffit de développer par récurrence la démonstration du sophisme pour voir qu'il peut s'appliquer logiquement a un nombre illimité de sujets[4], étant posé que l'attribut "négatif" ne peut intervenir qu'en un nombre égal au nombre des sujets moins un[5]. Mais l'objectivation temporelle est plus difficile à concevoir à mesure que la collectivité s'accroît, semblant faire obstacle à unelogique collective dont on puisse compléter la logique classique.
    Nous montrerons pourtant quelle réponse une telle logique devrait apporter à l'inadéquation qu'on ressent d'une affirmation telle que "Je suis un homme", à quelque forme que ce soit de la logique classique, qu'on la rapporte en conclusion de telles prémisses que l'on voudra. ("L'homme est un animal raisonnable"..., etc.)
    Assurément plus près de sa valeur véritable apparaît-elle présentée en conclusion de la forme ici démontrée de l'assertion subjective anticipante, à savoir comme suit :
      1° Un homme sait ce qui n'est pas un homme;
      2° Les hommes se reconnaissent entre eux pour être des hommes;
      3° Je m'affirme être un homme, de peur d'être convaincu par les hommes de n'être pas un homme.
    Mouvement qui donne la forme logique de toute assimilation "humaine", en tant précisément qu'elle se pose comme assimilatrice d'une barbarie, et qui pourtant réserve la détermination essentielle du "je"…[6].


  
[1] Et non moins celle des esprits formés par cette tradition, comme en témoigne le billet suivant que nous reçûmes d'un esprit pourtant aventureux en d'autres domaines, après une soirée où la discussion de notre fécond sophisme avait provoqué dans les esprits choisis d'un collège intime une véritable panique confusionnelle. Encore, malgré ses premiers mots, ce billet porte-t-il les traces d'une laborieuse mise au point.
  "Mon cher Lacan, ce mot en hâte pour diriger votre réflexion sur une nouvelle difficulté à vrai dire, le raisonnement admis hier n'est pas concluant, car aucun des trois états possibles : ooo – oo* - o** , n'est réductible à l'autre (malgré les apparences) : il n'y a que le dernier qui soit décisif.
  "Conséquence: quand A se suppose noir, ni B ni C ne peuvent sortir, car ils ne peuvent déduire de leur comportement s'ils sont noirs ou blancs : car, si l'un est noir, l'autre sort, et, s'il est blanc l'autre sort aussi, puisque le premier ne sort pas (et réciproquement). Si A Se suppose blanc, ils ne peuvent non plus sortir. De sorte que, là encore, A ne peut déduire du comportement des autres la couleur de son disque."
Ainsi, notre contradicteur, pour trop bien voir le cas, restait-il aveugle à ceci que ce n'est pas le départ des autres, mais leur attente, qui détermine le jugement du sujet. Et pour nous réfuter en effet avec quelque hâte, lassait-il lui échapper ce que nous tentons de démontrer ici : la fonction de la hâte en logique.
[2] "Irréductibles", comme s'exprime le contradicteur cité dans la note ci-dessus.
[3] Ainsi le "je", tierce forme du sujet de l'énonciation dans la logique, y est encore la "première personne", mais aussi la seule et la dernière. Car la deuxième personne grammaticale relève d'une autre fonction du langage. Pour la troisième personne grammaticale, elle n'est que prétendue c'est un démonstratif, également applicable au champ de l'énoncé et à tout ce qui s'y particularise.
[4] En voici l'exemple pour quatre sujets, quatre disques blanc, trois disques noirs.
A pense que, s'il était un noir, l'un quelconque de B, C, D pourrait penser des deux autres que, si lui-même était noir, ceux-ci ne tarderaient pas à savoir qu'ils sont des blancs. L'un quelconque de B, C, D devrait donc en conclure rapidement qu'il est lui-même blanc, ce qui n'apparaît pas. Lors A se rendant compte que, s'ils le voient lui noir, B, C, D ont sur lui l'avantage de n'avoir pas à en faire la supposition, se hâte de conclure qu'il est un blanc.
Mais ne sortent-ils pas tous en même temps que lui? A, dans le doute, s’arrête, et tous aussi. Mais, si tous aussi s’arrêtent, qu'est-ce à dire? Ou bien c'est qu'ils s’arrêtent en proie au même doute que A, et A peut reprendre sa course sans souci. Ou bien c'est que A est noir, et que l'un quelconque de B, C, D est venu à douter Si le départ des deux autres ne signifierait pas qu'il est un noir, aussi bien à penser que, s'ils s’arrêtent, ce n'est pas pour autant qu'il soit lui-même blanc, puisque l'un ou l'autre peut encore douter un instant s'il n'est pas un noir; encore peut-il poser qu'il devraient tous les deux repartir avant lui s'il est lui-même un noir, et repartir lui-même de cette attente vaine, assuré d'être ce qu'il est, c’est-à-dire blanc. Que B, C, D, donc ne le font-ils? Car alors je le fais, dit A. Tous repartent alors.
Second arrêt. En admettant que je sois noir, se dit A, l'un quelconque de B, C, D doit maintenant être fixé sur ceci qu'il ne saurait imputer aux deux autres une nouvelle hésitation, s'il était noir; qu'il est donc blanc. B, C, D doivent donc repartir avant lui. Faute de quoi A repart, et tous avec lui.
Troisième arrêt. Mais tous doivent savoir dès lors qu'ils sont des blancs, si j'étais vraiment noir, se dit A. Si donc, ils s'arrêtent...
Et la certitude est vérifiée en trois scansions suspensive.
[5] Cf. la condition de ce moins un dans l'attribut avec la fonction psychanalytique de l'Un-en-plus dans le sujet de la psychanalyse, p. 480 de ce recueil (Les écrits).
[6] Que le lecteur qui poursuivra dans ce recueil, revienne à cette référence au collectif qui est la fin de cet article, pour en situer ce que Freud a produit sous le registre de la psychologie collective (Massen : PsychoIogie und Ichana1yse, 1920) : le collectif n'est rien, que le sujet de l'individuel.


source
texte en espagnol, aquí.