Ética a Nicómaco
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Libro segundo
De los
morales de Aristóteles, escritos a Nicomaco
En el libro primero ha mostrado Aristóteles
ser el último fin de los hechos la felicidad, y consistir la verdadera
felicidad en el vivir conforme a buen uso de razón, que es conforme a virtud
perfecta, aunque para mejor ponerla en uso se requiere tener favor de las cosas
de fortuna; y que toca a la disciplina de la república tratar de las virtudes,
como de aquellas que son medio para alcanzar la felicidad, y que, pues son dos
las partes del alma, una racional y otra apetitiva, que hay dos maneras de
virtudes de que se ha de tratar, unas tocantes al entendimiento, y otras a los
afectos y costumbres. En el segundo disputa y considera otras cosas tocantes en
común a todas las virtudes, como es de dónde proceden las virtudes, qué es lo
que las estraga y destruye, en qué materia consisten, cómo se alcanzan, y otras
cosas como éstas.
En el primer capítulo demuestra cómo las
virtudes del entendimiento se alcanzan con doctrina, tiempo y ejercicio, y las
morales con ejercicios de actos virtuosos.
Capítulo
primero
Habiendo, pues, dos maneras de virtudes, una
del entendimiento y otra de las costumbres, la del entendimiento, por la mayor
parte, nace de la doctrina y crece con la doctrina, por lo cual tiene necesidad
de tiempo y experiencia; pero la moral procede de la costumbre, de lo cual tomó
el nombre, casi derivándolo, en griego, deste nombre: ethos, que
significa, en aquella lengua, costumbre. De do se colige que ninguna de las
morales virtudes consiste en nosotros por naturaleza, porque ninguna cosa de
las que son tales por naturaleza, puede, por costumbre, hacerse de otra suerte:
como la piedra, la cual, naturalmente, tira para abajo, nunca se acostumbrará a
subir de suyo para arriba, aunque mil veces uno la avece echándola hacia
arriba; ni tampoco el fuego se avezará a bajar de suyo para abajo, ni ninguna
otra cosa de las que de una manera son naturalmente hechas, se podrá
acostumbrar de otra diferente. De manera que ni naturalmente ni contra natura
están las virtudes en nosotros, sino que nosotros somos naturalmente aptos para
recebirlas, y por costumbre después las confirmamos. A más desto, en todas las
cosas que nos provienen por naturaleza primero recebimos sus facultades o
potencias, y después hacemos los efectos, como se vee manifiestamente en los
sentidos. Porque no de ver ni de oír muchas veces nos vino el tenor sentidos,
antes al contrario, de tenerlos nos provino el usar dellos, y no del usar el
tenerlos. Pero las virtudes recebímoslas obrando primero, como en las demás
artes. Porque lo que habemos de hacer después de doctos, esto mismo haciéndolo
aprendemos, como edificando se hacen albañires, y tañendo cítara tañedores
della. De la misma manera, obrando cosas justas nos hacemos justos, y viviendo
templadamente templados, y asimismo obrando cosas valerosas valerosos, lo cual
se prueba por lo que se hace en las ciudades. Porque los que hacen las leyes,
acostumbrando, hacen a los ciudadanos buenos, y la voluntad de cualquier
legislador es esta misma, y todos cuantos esto no hacen bien, lo yerran del
todo. Y en esto difiere una república de otra, digo la buena de la mala.
Asimismo toda virtud con aquello mismo con que se alcanza se destruye, y
cualquier arte de la misma suerte. Porque del tañer cítara proceden los buenos
tañedores y los malos, y a proporción desto los albañires y todos los demás,
porque de bien edificar saldrán buenos albañires o arquitectos, y de mal
edificar malos. Porque si así no fuese, no habría necesidad de maestros, sino
que todos serían buenos o malos. Y de la misma manera acaece en las virtudes,
porque obrando en las contrataciones que tenemos con los hombres, nos hacemos
unos justos y otros injustos; y obrando en las cosas peligrosas, y avezándose a
temer o a osar, unos salen valerosos, y cobardes otros. Y lo mismo es en las
codicias y en las iras, porque unos se hacen templados y mansos, y otros
disolutos y alterados: los unos, de tratarse en aquéllas desta suerte, y los
otros desta otra. Y, por concluir con una razón: los hábitos salen conformes a
los actos. Por tanto, conviene declarar qué tales han de ser los actos, pues
conforme a las diferencias dellos los hábitos se siguen. No importa, pues,
poco, luego dende los tiernos años acostumbrarse desta manera o de la otra,
sino que es la mayor parte, o, por mejor decir, el todo.
En el capítulo II trata cómo las virtudes son
medianias entre excesos y defectos, y pruébalo por analogía o proporción de las
cosas corporales, pues vemos que, de exceso de demasiado mantenimiento, vienen
a estragar los hombres su salud, y también de falta dél: y lo mismo es en las
demás cosas.
Capítulo II
Pero por cuanto la presente disputa no se
aprende por sólo saberla, como las otras sciencias (porque no por saber qué
cosa es la virtud disputamos, sino por hacernos buenos, porque en otra manera
no fuera útil la disputa), de necesidad habemos de considerar los actos cómo se
han de hacer, porque, como habemos dicho, ellos son los señores y la causa de
que sean tales o tales los hábitos. Presupongamos, pues, que el obrar conforme
a recta razón es común de todas ellas. Porque después trataremos dello, y
declararemos cuál es la recta razón y cómo se ha con las demás virtudes. Esto
asimismo se ha de conceder, que toda disputa, donde se trate de los hechos,
conviene que se trate por ejemplos, y no vendiendo el cabello, como ya dijimos
al principio, porque las razones se han de pedir conforme a la materia que se
trata, pues las cosas que consisten en acción y las cosas convenientes, ninguna
certidumbre firme tienen, de la misma manera que las cosas que a la salud del
cuerpo pertenecen. Y pues si lo que se trata así en común y generalmente es
tal, menos certidumbre y firmeza terná lo que de las cosas en particular y por
menudo se tratare, porque las cosas menudas y particulares no se comprehenden
debajo de arte alguna ni preceptos, sino que los mismos que lo han de hacer han
de considerar siempre la oportunidad, como se hace en la medicina y arte de
navegar. Pero aunque esta disciplina sea desta manera, con todo esto se ha de
procurar de darle todo el favor que posible fuere. Primeramente, pues, esto se
ha de entender, que todas las cosas deste jaez se pueden gastar y errarse por
defecto y por exceso (porque en lo que no se vee ocularmente conviene usar de
ejemplos manifiestos), como vemos que acontece en la fuerza y la salud. Porque
los demasiados ejercicios, y también la falta dellos, destruyen y debilitan
nuestras fuerzas. De la misma manera el beber y el comer, siendo más o menos de
lo que conviene, destruye y estraga la salud; pero tomados con regla y con
medida, la dan y acrecientan, y conservan. Lo mismo, pues, acontece en la
templanza y en la fortaleza, y en todas las otras maneras de virtudes. Porque
el que de toda cosa huye y toda cosa teme y a ninguna cosa aguarda, hácese
cobarde, y, por el contrario, el que del todo ninguna cosa teme, sino que todas
cosas emprende, hácese arriscado y atrevido. De la misma manera, el que a todo
regalo y pasatiempo se da, y no se abstiene de ninguno, es disoluto; pero el
que de todo placer huye, como los rústicos, hácese un tonto sin sentido. Porque
la templanza y la fortaleza destrúyese por exceso y por defecto, y consérvase
con la medicina. Y no solamente el nacimiento y la crecida y la perdición
dellas procede destas cosas y es causa dellas, pero aun los ejercicios mismos
consisten en lo mismo, pues en las otras cosas más manifiestas acaece desta
suerte, como vemos en las fuerzas, las cuales se alcanzan comiendo bien y
ejercitándose en muchas cosas de trabajo, y el hombre robusto puédelo esto
hacer muy fácilmente. Lo mismo, pues, acontece en las virtudes, porque absteniéndonos
de los regalos y pasatiempos nos hacemos templados, y siendo templados nos
podemos abstener dellos fácilmente. Y de la misma manera en la fortaleza,
porque acostumbrándonos a tener en poco las cosas temerosas y esperarlas, nos
hacemos valerosos, y siendo valerosos, podremos fácilmente aguardar las cosas
temerosas.
En el capítulo III propone la materia de los
vicios y virtudes, la cual dice ser contentos y tristezas. Porque la misma
acción que es pesada por su mal hábito al vicioso, y por la misma razón le
causa tristeza, esta misma al virtuoso, por su buen hábito y costumbre, le es
fácil y le da contento.
Capítulo III
Habemos de tener por cierta señal de los
hábitos el contento o tristeza que en las obras se demuestra, porque el que se
abstiene de los regalos y pasatiempos corporales, y halla contento en el
abstenerse, es templado; pero el que del abstenerse se entristece, es disoluto.
Y el que aguarda las cosas peligrosas y se huelga con aquello, o a lo menos no
se entristece dello, es valeroso; pero el que se entristece, dícese cobarde.
Porque la moral virtud en contentos y tristezas se ejercita, pues por el regalo
hacemos cosas malas, y por la tristeza nos abstenemos de las buenas. Por lo
cual conviene, como dice Platón, que luego dende la niñez se avecen los hombres
a holgarse con lo, que es bien que se huelguen, y a entristecerse de lo que es
bien que se entristezcan, porque ésta es la buena doctrina y crianza de los
hombres. A más desto, si las virtudes consisten en las accioney afectos, y en
toda acción y afecto se sigue contento o tristeza, colígese de aquí que la
virtud consiste en contentos y tristezas. Veese claro esto por los castigos que
por estas cosas se dan, los cuales son como unas curas, y las curas hanse de
hacer por los contrarios. Asimismo cualquier hábito del alma, como poco antes
dijimos, a las cosas que lo pueden hacer peor o mejor endereza su naturaleza y
consiste en ellas, pues manifiesto está que por los halagos del regalo y
temores de la tristeza se hacen cosas malas, por seguir o huir de las que no
conviene, o cuando no conviene, o como no conviene, o de cualquier otra manera
que la razón juzga destas cosas. Por esto difinen las virtudes ser unas
seguridades de pasiones y sosiegos del espíritu, pero no bien, por hablar así
generalmente y no añadir, como conviene, y como no conviene, y cuando conviene,
y todas las demás cosas que se añaden. Presupónese, pues, que la virtud esta de
que se trata, es cosa que en materia de contentos y tristezas nos inclina a que
hagamos lo mejor, y que el vicio es lo que nos inclina a lo contrario. Pero por
esto que diremos se entenderá más claro. Tres cosas hay que nos mueven a elegir
una cosa: lo honesto, lo útil, lo suave, y sus tres contrarios a aborrecerla:
lo deshonesto, lo dañoso, y lo pesado y enfadoso; en lo cual el bueno siempre
acierta tanto cuanto yerra el malo, pero especialmente en lo que al contento
toca y al regalo. Porque éste es común a todos los animales, y a todo lo que
elección de cosas hace le es anejo. Porque lo honesto y lo útil también parece
suave y aplacible. A más desto, base criado dende la niñez juntamente con
nosotros, por lo cual es cosa dificultosa despedir de nosotros este afecto, si
una vez en el alma está arraigado. Todos también, cuál más, cuál menos, reglamos
nuestras obras con el contento y la tristeza, por lo cual hay necesidad que en
esta disputa se trate destas cosas, por lo que no importa poco el alegrarse o
entristecerse para el hacer las cosas bien o mal. Asimismo es más dificultoso
resistir al regalo que a la ira, como dice Heráclito, y en las más dificultosas
cosas se emplea siempre el arte y la virtud, porque el acertar en ellas es cosa
más insigne. De manera que, siquiera por esto, ha de tratar curiosamente de los
contentos y desabrimientos o tristezas, así la disciplina moral como también la
de república, porque el que bien déstas usare, será bueno, y malo el que mal en
ellas se empleare. Ya, pues, está declarado cómo la virtud consiste en
contentos y tristezas, y cómo, lo mismo que la causa, la hace crecer y la
destruye cuando de una misma manera no se hace, y también cómo en los mismos
actos de donde nace, en aquellos mismos se ejercita.
En el capítulo IV propone una objeción que
parece que se colige de lo dicho, para probar que los hábitos no nacen de los
actos. Porque si el que adquiere hábito de justicia ha de obrar cosas de
justicia para adquirirlo, ya, pues obra justicia, será justo, y, por el
consiguiente, terná hábito de justicia. Esta objeción, fácilmente se desata con
decir que los actos del que no está aún habituado son imperfetos, como se vee
en el que aprende a tañer vihuela o cualquier otro instrumento, y por esto no
bastan a darle nombre de perfeto en aquel hábito o arte en que se ejercitare.
Capítulo IV
Dudará por ventura alguno cómo se compadece lo
que decimos, que conviene que ejercitándose en cosas justas se hagan justos, y
empleándose en cosas de templanza templados. Porque si en cosas justas y
templadas se emplean, ya serán justos y templados, así como, si hacen las cosas
de gramática y de música, serán ya gramáticos y músicos. O diremos que no pasa
en las artes desta suerte, porque puede ser que acaso haga uno una cosa tocante
a la gramática, o diciéndole otro cómo ha de hacerlo. Entonces, pues, será
gramático, cuando como gramático hiciere alguna cosa tocante a la gramática.
Quiero decir conforme a la gramática que en sí mismo tuviere. A más desto, no
es todo de una manera en las artes y en las virtudes, porque lo que en las
artes se hace, en sí mismo tiene su remate y perfición, de manera que basta que
se haga como quiera que ello sea; pero lo que se hace en las cosas de virtud,
no de cualquier manera que se haga, justa y templadamente estará hecho, sino
que es menester que el que lo haga de cierta manera esté dispuesto, porque
primeramente ha de entender lo que hace. A más desto halo de escoger de su
propria voluntad y por sólo fin de aquello, y no por otra causa; terceramente,
halo de hacer con firmeza y constancia. Todas estas cosas en las demás artes ni
se miran ni se consideran, sino que basta sólo el entenderlas. Pero en las
cosas de la virtud, lo que menos hace o nada al caso es el entenderlas, sino
que lo más importante, o por mejor decir el todo, consiste en lo demás, pues
del ejercitarse muchas veces en las cosas justas y templadas, proceden las
virtudes. Entonces, pues, se dicen las cosas justas y templadas, cuando son
tales, cuales las haría un hombre justo y templado en su vivir. Y aquél es
justo y templado en su vivir, que no solamente hace estas obras, pero las hace
como los hombres justos y moderados en el vivir las acostumbran hacer. Bien,
pues, y conforme a razón se dice, que haciendo cosas justas se hace el hombre
justo, y ejercitándose en cosas de templanza, templado en su vivir. Pero no
ejercitándose, por mucho que lo considere, ninguno se hará bueno. Pero esto los
más lo dejan de hacer, y contentándose con solo tratar las razones, les parece
que son filósofos y que saldrán desta manera virtuosos. A los cuales les acaece
lo mismo que a los enfermos, que escuchan lo que el médico dice atentamente, y
después no hacen nada de lo que él les manda. Y así como aquéllos, curándose de
aquella manera, jamás ternán el cuerpo sano ni de buen hábito dispuesto, de la
misma manera éstos, filosofando desta manera, nunca ternán el alma bien
dispuesta.
Ya que Aristóteles ha declarado ser los buenos
ejercicios la origen y fuente de donde nacen y manan las virtudes, inquiere
agora la difinición de la virtud, y procura darnos a entender qué cosa es la
virtud. Y como toda difinición consta de género y diferencia, como los lógicos
lo enseñan, en el capítulo V prueba ser hábito el género de la virtud, y que
las virtudes ni son facultades naturales ni tampoco son afectos, porque los
afectos no nos dan nombres de buenos, ni malos, lo cual hacen las virtudes y
los vicios, y la misma razón vale para probar que no son facultades naturales.
Capítulo V
Tras desto habemos de inquirir qué cosa es la
virtud. Y pues en el alma hay tres géneros de cosas solamente: afectos,
facultades y hábitos, la virtud de necesidad ha de ser de alguno destos tres
géneros de cosas. Llamo afectos la la codicia, la ira, la saña, el temor, el
atrevimiento, la envidia, el regocijo, el amor, el odio, el deseo, los celos,
la compasión, y generalmente todo aquello a que es aneja tristeza o alegría. Y
facultades, aquellas por cuya causa somos dichos ser capaces destas cosas, como
aquellas que nos hacen aptos para enojarnos o entristecernos o dolernos. Pero
hábitos digo aquellos conforme a los cuales, en cuanto a los afectos, estamos
bien o mal dispuestos, como para enojarnos. Porque si mucho nos enojamos o
remisamente, estamos mal dispuestos en esto, y bien si con rienda y medianía, y
lo mismo es en todo lo demás. De manera que ni las virtudes ni los vicios son
afectos, porque, por razón de los afectos, ni nos llamamos buenos ni malos,
como nos llamamos por razón de las virtudes y vicios. Asimismo por razón de los
afectos ni somos alabados ni vituperados, porque ni el que teme es alabado, ni
el que se altera, ni tampoco cualquiera que se altera o enoja comúnmente así es
reprehendido, sino el que de tal o de tal manera lo hace; pero por causa de las
virtudes y los vicios somos alabados o reprehendidos. A más desto, en el
enojarnos o temer no hacemos elección; pero las virtudes son elecciones o no,
sin elección. Finalmente, por causa de los afectos decimos que nos alteramos o
movemos; pero por causa de las virtudes o vicios no decimos que nos movemos,
sino que estamos de cierta manera dispuestos. Por las mismas razones se prueba no
ser tampoco facultades; pues por sólo poder hacer una cosa, ni buenos ni malos
nos llamamos, ni tampoco somos por ello alabados ni reprehendidos. Asimismo las
facultades, naturalmente las tenemos, pero buenos o malos no somos por
naturaleza. Pero desto ya arriba se ha tratado. Pues si las virtudes ni son
afectos ni tampoco facultades, resta que hayan de ser hábitos. Cuál sea, pues,
el género de la virtud, desta manera está entendido.
Ya que en el capítulo V ha demostrado ser el
hábito género de la virtud, en el sexto demuestra cuál es su diferencia, para
que la difinición de la virtud quede desta manera declarada. Prueba, pues, la
diferencia de la virtud, ser perficionar al hombre para que su proprio oficio
perfetamente haga, lo cual prueba por muchas virtudes y ejemplos.
Capítulo VI
No sólo, pues, conviene decir qué es hábito,
sino también qué manera de hábito. Esto, pues, se ha de confesar ser verdad,
que toda virtud hace que aquello cuya virtud es, si bien dispuesto está, se
perficione y haga bien su proprio oficio. Como la virtud del ojo perficiona el
ojo y el oficio dél, porque con la virtud del ojo vemos bien, de la misma
manera la virtud del caballo hace al caballo bueno y apto para correr y llevar
encima al caballero y aguardar a los enemigos. Y si esto en todas las cosas es
así, la virtud del hombre será hábito que hace al hombre bueno y con el cual
hace el hombre su oficio bien y perfetamente. Lo cual como haya de ser ya lo
habemos dicho, y aun aquí se verá claro si consideramos qué tal es su naturaleza.
En toda cosa continua y que puede dividirse, se puede tomar parte mayor y parte
menor y parte igual, y esto, o en sí misma, o en respecto nuestro. Es igual lo
que es medio entre el exceso y el defecto; llamo el medio de la cosa, el que
igualmente dista de los dos extremos, el cual en todas las cosas es de una
misma manera; pero el medio en respecto de nosotros es aquello que ni excede ni
falta de lo que conviene, el cual ni es uno, ni el mismo en todas las cosas.
Como agora si diez son muchos y dos pocos, en cuanto a la cosa será el medio
seis, porque igualmente excede y es excedido, y éste, en la proporción
aritmética, es el medio. Pero el medio en respecto nuestro no lo habemos de
tomar desta manera, porque no porque sea mucho comerse cien ducados, y comerse
veinte poco, por eso el que gobierna los cuerpos les dará a comer sesenta;
porque por ventura esto es aún mucho o poco para el que lo ha de recibir.
Porque para uno como Milón, poco sería, pero para el que comienza a
ejercitarse, sería demasiado; y lo mismo es en los ejercicios de la corrida y
de la lucha. Desta manera todo artífice huye del exceso y del defecto, y busca
y escoge lo que consiste en medianía; digo el medio, no el de la cosa, sino lo
que es medio en respecto nuestro. De manera que toda sciencia desta suerte hace
lo que a ella toca perfetamente, considerando el medio y encaminando a él todas
sus obras. Por lo cual suelen decir de todas las obras que están hechas como
deben, que ni se les puede quitar ni añadir ninguna cosa; casi dando a entender
que el exceso y el defecto estragan la perfición de la cosa, y la medianía la
conserva. Y los buenos artífices, como poco antes decíamos, teniendo ojo a esto
hacen sus obras. Pues la virtud, como más ilustre cosa y de mayor valor que
toda cualquier arte, también inquire el medio como la naturaleza misma. Hablo
de la virtud moral, porque ésta es la que se ejercita en los afectos y
acciones, en las cuales hay exceso y defecto, y su medio, como son el temer y
el osar, el codiciar y el enojarse, el dolerse, y generalmente el regocijarse y
el entristecerse, en todo lo cual puede haber más y menos, y ninguno dellos ser
bien. Pero el hacerlo cuando conviene y en lo que conviene y con los que
conviene y por lo que conviene y como conviene, es el medio y lo mejor, lo cual
es proprio de la virtud. Asimismo en las acciones o ejercicios hay su exceso y
su defecto, y también su medianía; y la virtud en las acciones y afectos se
ejercita, en las cuales el exceso es error y el defecto afrenta, y el tomar el
medio es ganar honra y acertarlo; las cuales dos cosas son proprias de la
virtud.
De manera que la virtud es una medianía, pues siempre al medio se
encamina. A más desto, que el errar una cosa, de varias maneras puede acaecer,
porque lo malo es de las cosas que no tienen fin, como quisieron significar los
pitagóricos; pero lo bueno tiene su remate, y para acertar las cosas no hay más
de una manera. Por donde el errar las cosas es cosa muy fácil, y el acertarlas
muy dificultosa. Porque cosa fácil es dar fuera del blanco, y acertar en él
dificultosa. Y por esto el exceso y el defecto son proprios del vicio, y de la
virtud la medianía:
Porque para la virtud sólo un camino
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se halla; y los del vicio son sin tino.
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Es, pues, la virtud hábito voluntario, que en
respecto nuestro consiste en una nuedianía tasada por la razón y como la
tasaría un hombre dotado de prudencia; y es la medianía de dos extremos malos,
el uno por exceso y el otro por defecto; asimismo por causa que los unos faltan
y los otros exceden de lo que conviene en los afectos y también en las
acciones; pero la virtud halla y escoge lo que es medio. Por tanto, la virtud,
cuanto a lo que toca a su ser y a la difinición que declara lo que es medianía,
es cierto la virtud, pero cuanto a ser bien y perfección, es extremo. Pero no
todo hecho ni todo afecto es capaz de medio, porque, algunos, luego en oírlos
nombrar los contamos entre los vicios, como el gozarse de los males ajenos, la
desvergüenza, la envidia, y en los hechos el adulterio, el hurto, el homicidio.
Porque todas estas cosas se llaman tales por ser ellas malas de suyo, y no por
consistir en exceso ni en defecto. De manera que nunca en ellas se puede
acertar, sino que siempre se ha de errar de necesidad. Ni en semejantes cosas
consiste el bien o el mal en adulterar con la que conviene, ni cuando conviene,
ni como conviene, sino que generalmente el hacer cualquier cosa déstas es
errar. De la misma manera es el pretender que en el agraviar y en el cobardear
y en el vivir disolutamente hay medio y exceso y asimismo defecto. Porque desta
manera un exceso sería medio de otro exceso y un defecto medio de otro. Pues
así como en la templanza y en la fortaleza no hay exceso ni defecto, por ser,
en cierta manera, medio entre dos extremos, de la misma manera en aquellas
cosas ni hay medio ni exceso ni defecto, sino que de cualquier manera que se
hagan es errarlas. Porque, generalmente hablando, ningún exceso ni defecto
tiene medio, ni ningún medio exceso ni defecto.
Ya que en el capítulo VI ha sacado en limpio
Aristóteles la definición de la virtud y ha mostrado consistir en la medianía
que hay entre dos extremos viciosos, en el capítulo VII trata, más en
particular, esto de la medianía, y especificándolo más en cada género de
virtud, con ejemplos manifiestos lo da a entender más claramente.
Capítulo VII
Todo esto conviene que se trate, no solamente
así en común, pero que se acomode también a las cosas en particular; porque en
materia de hechos y negocios, lo que se dice ansí en común es más universal,
pero lo que se trata en particular tiene la verdad más manifiesta. Porque los
hechos en las cosas particulares acaecen. Conviene, pues, que la verdad cuadre
también con éstas y concorde. Éstas, pues, hanse de tomar contándolas de una en
una, por menudo. Es, pues, la fortaleza una medianía entre los temores y los
atrevimientos. Pero de los que della exceden, el que excede en no temer no
tiene vocablo proprio (y aun otras muchas cosas hay que no tienen proprio
nombre); el que excede en osar llámase atrevido, mas el que excede en el temer
y falta en el osar, llámase cobarde. Pero entre los placeres y tristezas no se
halla siempre medio, porque solamente se halla en los placeres y pasatiempos
del cuerpo; y entre éstos señaladamente en aquellos que consisten en el tacto,
y en las molestias o tristezas no tanto. Es, pues, el medio entre éstos la
templanza, y el exceso la disolución. Faltos en el tomar y gozar de los
placeres, no se hallan así, y por esto ni éstos tampoco tienen nombre, pero
llámense insensatos o gente falta de sentido. Asimismo en el dar y recebir
dineros es el medio la liberalidad, y el exceso y defecto la prodigalidad y la
escaseza. Estas dos se han contrariamente en el exceso y el defecto, porque el
pródigo excede en el dar y falta en el recibir, pero el escaso, por el
contrario, es falto en el dar y demasiado en el recibir. Tratamos desto agora
así en suma y por ejemplos, pareciéndonos que para lo presente basta esto.
Porque después se tratará de todo ello más de propósito y al largo. Hay asimismo
en las cosas del interese y dinero otros afectos. Porque la generosidad es
medianía, y difiere el generoso del liberal en esto: que el generoso es el que
bien emplea su dinero en cosas graves, y el liberal el que hace lo mismo en
cosas de no tanto tomo ni de tanta calidad. El exceso de la generosidad
llámase, en griego, muy bien apirokalia, ques como si dijésemos
ignorancia de lo que es perfeto o falta de experiencia de lo bueno, y también banausía,
ques huequeza, y el defecto es vileza y poquedad de ánimo. Todas éstas
difieren de las cosas que consisten en lo de la liberalidad, pero en qué
difieran después lo trataremos. En lo de la honra y afrenta, la medianía es la
magnanimidad o grandeza de ánimo, el exceso aquel vicio que llamamos hinchazón
de ánimo, y el defecto abatimiento de ánimo. De la misma manera que dijimos que
se había la liberalidad con la generosidad o magnificencia, que diferían en
emplearse la una en cosas de más calidad y la otra en cosas de menos, de la
misma se ha otra medianía que en honras pequeñas se emplea, con la
magnanimidad, que consiste en honras de gran tomo. Porque acontece pretenderse
una honra como conviene, y más y menos de lo que conviene. Y el que en los
deseos de la honra excede, llámese ambicioso, y el que falta despreciador de
honra, y el que entre éstos es medio, no tiene nombre proprio, ni menos lo
tienen tampoco los afectos mismos, si no es la ambición del ambicioso. De do
sucede que los extremos se usurpan el derecho del medio, y nosotros, al que en
esto sigue el medio, algunas veces lo llamamos ambicioso, y otras veces
despreciador de la honra, y unas veces alabamos al que pretende las honras, y
otras al que las desprecia. Lo cual por qué razón lo hagamos, tratarse ha en lo
de adelante. Agora tratemos de las que restan de la manera que habemos
comenzado. En la ira hay también su exceso, su defecto y su medianía, y como
casi todos carecen de nombres, pues al que en esto tiene el medio llamamos
manso, la medianía dello llamarla hemos mansedumbre, y de los extremos el que
excede llámese colérico y el vicio dello cólera, y el que falta simple, y el
defecto simplicidad. Hay asimismo otras tres medíanías que se parecen mucho las
unas a las otras, aunque difieren entre sí. Porque todas ellas consisten en
obras y palabras, y en el uso dellas; pero difieren en que la una consiste en
la verdad que en ellas hay, y las otras en la suavidad. Desto, parte consiste
en la conversación, y parte en las demás cosas tocantes a la vida. Habemos,
pues, de tratar también de todo esto, para que mejor entendamos cómo en todo es
de alabar la medianía, y que los extremos ni son buenos ni dignos de alabanza,
sino de reprehensión. Muchas, pues, destas cosas no tienen nombre proprio, pero
habemos de probar cómo en lo demás de darles y fingirles nombres, por amor de
su declaración y para que vaya bien continuada la materia. Pues en cuanto a la
verdad, el que tiene la medianía llámase verdadero o hombre de crédito y
verdad, y la medianía digamos que es la misma verdad, y la que la quiere
remedar en lo que excede, fanfarronería, y el que della usa fanfarrón, y el que
en lo que es menos la quiere remedar, disimulado, y el vicio disimulación. En
lo que toca a cosas de suavidad, lo que es cosa de burlas o gracias, el que en
ello guarda medianía llámase gracioso o cortesano, y el tal afecto cortesanía,
pero el exceso truhanería, y el que la trata truhán, y el defecto grosería, y
el que en él cae, rústico o grosero. En la tercera suavidad que hay en la vida,
el que en lo que es bien da gusto y contento, dícese amigo, y la medianía en
esto amistad. Pero el que excede, si por su proprio interese no lo hace,
llámase halagero, y si por su proprio interese, lisongero, y el que falta y en
ninguna cosa es amigo de dar contento a nadie, dícese terrible y incomportable.
En los afectos también, y en las cosas a ellos anexas hay sus medianías. Porque
la vergüenza no es cierto virtud, pero el que es vergonzoso es alabado. Pero
déstos uno decimos que tiene el medio y otro que el extremo, casi notando de
tonto al que de todas las cosas tiene empacho. Mas el que falta, o el que de
ninguna cosa tiene vergüenza, es desvergonzado, y el que entre éstos tiene el
medio, llámase vergonzoso. La indignación es también medio entre la invidia y
el vicio del que de ajenos males se huelga. Consisten estas cosas en la
tristeza y contento de las cosas que a los vecinos o conocidos acaecen. Porque
el que se indigna, entristécese por los prósperos sucesos de los que dellos son
dignos: el envidioso, excediendo a éste, de todos los bienes ajenos se
entristece, pero el que de males ajenos se huelga, está tan lejos de
entristecerse, que se alegra. Pero desto en otro lugar habrá mejor oportunidad
para tratarlo. Mas de la justicia, pues, tiene varias partes su consideración;
dividiéndola en seis partes, trataremos por sí de cada una, mostrando cómo son
asimismo medianias. Y de la misma manera de las demás virtudes que tocan al
entendimiento.
En el capítulo VIII declara cómo son
contrarias estas virtudes y estos vicios, y asimismo los afectos en que se
ejercitan. Demuestra cómo cada una destas cosas tiene dos contrarios: el medio
tiene por contrarios los extremos, y cada uno de los extremos tiene también por
contrarios al otro extremo con el medio. Pero aquí no es el medio como en los
contrarios naturales, que se hacen por participación de los extremos, como lo
tibio, de participación de caliente y frío, sino que es como regla entre exceso
y defecto, o como peso entre más y menos, o como el camino derecho entre los
que se desinan a mano derecha o a la izquierda.
Capítulo VIII
Siendo, pues, tres estas disposiciones, dos de
los vicios, la una por exceso y la otra por defecto, y una de la virtud, que es
la medianía, las unas a las otras en cierta manera son contrarias. Porque los
extremos son contrarios del medio y el uno del otro por lo mismo, y el medio
también de los extremos. Porque así como lo igual es mayor que lo menor y menor
que lo mayor, asimismo los hábitos, que consisten en el medio, en comparación
de los defectos, son excesos, y en comparación de los excesos, son defectos, en
los afectos y en las obras. Porque el valeroso, comparado con el cobarde,
parece atrevido, y puesto al parangón con el atrevido, parece cobarde. De la
misma manera el templado, conferido con el tonto y insensato, parece disoluto,
y comparado con el disoluto, parece tonto y insensato. Y el liberal, comparado
con el escaso, parece pródigo, y conferido con el pródigo, parece ser escaso.
Por esto los extremos rempujan al medio, el uno para el otro, y el cobarde
llama atrevido al valeroso, y el atrevido dícele cobarde, y por la misma
proporción acaece en los demás. Siendo, pues, éstos desta manera contrarios en
sí, mayor contrariedad tienen entre sí que con el medio los extremos. Porque
más distancia hay del uno al otro, que de cualquiera dellos al medio, de la
misma manera que lo grande dista más de lo pequeño, y lo pequeño de lo grande,
que cualquiera de ellos de lo igual. A más desto, algunos de los extremos
parece que tienen alguna semejanza y parentesco con el medio, como el atrevido
con la valerosidad o fortaleza, y la prodigalidad con la liberalidad. Pero los
extremos son entre sí muy diferentes; y aquéllos difinen ser contrarios, que
tienen entre sí la mayor distancia; de manera que las cosas que entre sí mayor
distancia tengan, más contrarias serán. Pero con el medio, en unos tiene mayor
contrariedad el defecto, y en otros el exceso, como a la fortaleza no le es tan
contrario el atrevimiento, siendo exceso, como la cobardía, que es defecto;
pero a la templanza no le es tan contraria la tontedad, siendo defecto, corno
la disolución, que es el exceso, lo cual acaece por dos causas: la una consiste
en las mismas cosas, porque por ser el uno de los extremos más cercano y más
semejante al medio, no aquél, sino el otro le asignamos antes por contrario,
como agora, que porque el atrevimiento parece más a la fortaleza o valerosidad
y le es más cercano, y la cobardía le es más diferente, se la asignamos más de
veras por contrario, porque las cosas que del medio están más apartadas y remotas,
más parecen ser contrarias. Una, pues, de las causas consiste en la misma cosa,
pero la otra de nuestra parte procede. Porque aquellas cosas a que nosotros de
nuestro, naturalmente, más somos inclinados, parecen ser del medio más
contrarias. Como agora nosotros de nuestro más inclinados somos al regalo, y
por esto, con facilidad nos dejamos caer en la disolución más que en la
templanza. Aquellas cosas, pues, decimos ser más contrarias, en que más
fácilmente nos acrecentamos. Y por esto la disolución, aunque es exceso, es más
contraria a la templanza.
En el nono y último capítulo da Aristóteles un
muy prudente consejo para alcanzar la medianía en los hechos morales y de
virtud, y es que, si no acertamos a tomar el medio perfetamente en nuestros
hechos, nos arrimemos más al extremo con quien el medio menor contrariedad y
diferencia tiene. Como antes a huir de todo pasatiempo, que a querer gozar de
todos los regalos, y antes a osar las cosas arduas, que a temerlas.
Capítulo IX
Cumplidamente está ya declarado cómo la moral
virtud es medianía, y de qué manera y cómo es medianía de dos vicios, el uno
por exceso y el otro por defecto; asimismo cómo la virtud es desta calidad, por
encaminarse siempre al medio en los afectos y en las obras. Por lo cual el proprio
oficio del hombre es ser virtuoso en cada cosa, pues es su oficio buscar y
tomar en cada cosa el medio. Como el hallar el medio en el círculo no es hecho
de quien quiera, sino del que es docto en geometría, desta misma manera, el
enojarse cosa es que quien quiera la hará y fácil, y asimismo el dar dineros y
gastarlos, pero a quién, y cuánto, y cuándo, y por qué, y cómo, no es hecho de
quien quiera ni fácil de hacer; y por esto el obrar bien es cosa rara y alabada
y ilustre. Por tanto, al que al medio se quiere allegar, conviénele
primeramente huir del extremo más contrario, de la misma manera que en Homero
la nimfa Calipso exhorta a Ulises:
Lejos del humo y de las ondas ata
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tu nave, do no así se desbarata.
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Porque de los extremos, uno es mayor yerro y
otro no tan grave. Pero, pues, alcanzar el medio es negocio muy dificultoso,
habemos de tomar en la no próspera navegación (como dicen vulgarmente) del mal
lo menos, lo cual, sin duda, alcanzaremos de la manera que está dicho. También
habemos de mirar a qué cosas nosotros de nuestro somos más inclinados; porque
unos somos inclinados a uno, y otros a otro, y esto entenderlo hemos fácilmente
del contento o tristeza que en nosotros se causare. Habemos, pues, de procurar
de remar hacia la parte contraria, porque apartándonos lejos de lo que es
errar, iremos al medio; como lo hacen los que enderezan los maderos que están
tuertos. Sobre todo, en cualquier cosa que hiciéremos, nos habemos de guardar
del cebo del regalo. Porque no juzgamos dél como jueces libres. Y hanos de
acaecer lo mismo a nosotros con el regalo, que les aconteció a los senadores de
Troya con Helena, y en todas las cosas servirnos del parecer y palabras dellos.
Porque echándolo de nosotros desta suerte, menos erraremos. Haciendo, pues,
esto (hablando así, en suma) muy bien podremos alcanzar el medio. Pero por
ventura es esto cosa dificultosa, y más particularmente en cada cosa. Porque no
es fácil cosa determinar cómo, y con quién, y en qué, y cuánto tiempo nos
habemos de enojar; pues aun nosotros algunas veces alabamos a los que faltan en
esto, y los llamamos mansos, y otras veces, a los que se enojan y sienten mucho
las cosas, les decimos que son hombres de rostro y de valor. Pero lo que excede
poco de lo que se debe hacer, no se reprehende, ora sea en exceso, ora en
defecto, sino el que excede mucho, porque éste échase mucho de ver. Mas
determinar con palabras hasta dónde y en cuánto es uno digno de reprehensión,
no es cosa fácil de hacer, como el determinar cualquier otra cosa de las que
con el sentido se perciben. Porque estas cosas en los negocios particulares y
en la experiencia tienen su determinación. Esto a lo menos se muestra
abiertamente, que en todas las cosas es de alabar el hábito que consiste en
medianía, aunque de necesidad alguna vez nos habemos de derribar a la parte del
exceso, y otras a la del defecto, porque desta manera muy fácilmente
alcanzaremos el medio y lo que debemos hacer para ser buenos.