jueves, 18 de octubre de 2012

J.L. S-V. CLASE 8. La forclusión del nombre del padre. 8 de Enero de 1958


Clase  8. La forclusión del nombre del padre
del 8 de Enero de 1958

SEMINARIO V: LAS FORMACIONES DE LO INCONSCIENTE
VERSIÓN JAM

La Sra. Pankow, expone el double bind.
La tipografía del inconsciente.
El Otro en el Otro.
La psicosis entre código y mensaje.
Triángulo simbólico y triángulo imaginario


Tengo la impresión de que los dejé un poco sin aliento el pasado trimestre - me han llegado ecos al respecto. No me di cuenta, de lo contrario no lo hubiera hecho. También tengo la impresión de haberme repetido, de haberme atascado. Por otra parte, ello no ha impedido que algunas de las cosas que quería que escucharan se quedaran ahí, a mitad de camino, y ello merece una pequeña vuelta atrás, digamos una mirada sobre cómo he enfocado las cosas este año.

1

Lo que he tratado de mostrarles a propósito de la agudeza, de la que he extraído cierto esquema cuya utilidad tal vez haya podido no resultarles manifiesta de inmediato, es cómo encajan las cosas, cómo engranan con el esquema precedente. A fin de cuentas, han de percibir ustedes una especie de constancia en lo que les enseño - convendría, desde luego, que esta constancia no sea simplemente como una banderita en el horizonte para su orientación, y que comprendan adónde los lleva y por qué caminos. Esta constancia es que considero fundamental, para comprender lo que hay en Freud, advertir la importancia del lenguaje y de la palabra. Esto ya lo dijimos de entrada, pero cuanto más nos acercamos a nuestro objeto, más nos percatamos de la importancia del significante en la economía del deseo, digamos en la formación y en la información del significado.

Pudieron verlo en nuestra sesión científica de ayer por la noche, al oír lo que de interesante nos aportó la Sra. Pankow. Resulta que en Norteamérica la gente se preocupa por lo mismo que yo les explico aquí. Tratan de introducir en la determinación económica de los trastornos psíquicos el hecho de la comunicación y de lo que en algún caso llaman el mensaje. Pudieron oír a la Sra. Pankow hablándoles de alguien que no nació ayer, en absoluto, o sea, el Sr. Bateson, antropólogo y etnógrafo, quien planteó algo que nos ha hecho reflexionar un poco más allá de la punta de nuestra nariz en lo referente a la acción terapéutica.

Bateson trata de situar y de formular el principio de la génesis del trastorno psicótico en algo que se establece en la relación entre la madre y el niño, y que no es simplemente un efecto elemental de frustración, de tensión, de retención y de distensión, de satisfacción, como si la relación interhumana se produjera en el extremo de una goma elástica. Introduce desde el principio la noción de la comunicación en cuanto centrada, no simplemente en un contacto, una relación, un entorno, sino en una significación. He aquí qué pone en el principio de lo que se ha producido originariamente como discordante, desgarrador, en las relaciones del niño con la madre. Lo que designa como elemento discordante de esta relación es el hecho de que la comunicación se haya presentado en forma de double bind, de doble relación.

Como muy bien se lo dijo a ustedes ayer por la noche la Sra. Pankow, en el mensaje en el que el niño ha descifrado el comportamiento de su madre hay dos elementos. Éstos no están definidos el uno con respecto al otro, en el sentido en que uno se presente como la defensa del sujeto con respecto a lo que quiere decir el otro, de acuerdo con la noción común que tienen ustedes del mecanismo de la defensa cuando analizan. Ustedes consideran que lo que el sujeto dice tiene como finalidad desconocer la significación que está en algún lugar en él, y se anuncia a sí mismo - y os anuncia - su color al lado. No se trata de esto. Se trata de algo que concierne al Otro, y el sujeto lo recibe de tal forma que, si responde en un punto, sabe que, por este mismo motivo, se encontrará acorralado en el otro punto. Éste es el ejemplo que tomaba la Sra. Pankow - si respondo a la declaración de amor de mi madre, provoco su retirada, y si no la escucho, es decir si no le respondo, la pierdo.

Estamos, pues, metidos en una verdadera dialéctica del doble sentido, porque éste implica ya un elemento tercero. No son dos sentidos uno detrás de otro, con un sentido que esté más allá del primero y tenga el privilegio de ser el más auténtico de los dos. Hay dos mensajes simultáneos en la misma emisión, por decirlo así, de significación, lo cual crea en el sujeto una posición tal que se encuentra en un callejón sin salida. Esto les demuestra que, incluso en Norteamérica, se está progresando enormemente.

¿Acaso es esto suficiente? La Sra. Pankow destacó muy bien lo que esta tentativa tenía de a ras de tierra, de empírica, por así decirlo. aunque no se trate en absoluto de empirismo, por supuesto. Si no hubiera en Norteamérica, ahí al lado, trabajos muy importantes en estrategia de juegos, al Sr. Bateson no se le hubiera ocurrido introducir en el análisis algo que de todas formas, es una reconstrucción de lo que supuestamente ocurrió en el origen, ni determinar esta posición del sujeto profundamente desgarrada, en falso, frente a lo que el mensaje tiene para él de constituyente. Digo constituyente, pues si esta concepción no implicara que el mensaje es constituyente para el sujeto, no se ve cómo podrían atribuírsele efectos tan importantes a ese primitivo double bind.

La cuestión que se plantea a propósito de las psicosis es la de saber qué ocurre con el proceso de la comunicación cuando, precisamente, no llega a ser constituyente para el sujeto. Este es otro punto de referencia que hay que buscar. Hasta ahora, cuando ustedes leen a Bateson, ven que en suma todo está centrado en el doble mensaje, sin duda, pero en el doble mensaje como doble significación. De esto precisamente peca el sistema, porque esta concepción ignora lo que el significante tiene de constituyente en la significación.

Ayer por la noche redacté de pasada una nota, que ahora no llevo, en la cual había recogido una afirmación de la Sra. Pankow sobre la psicosis, que se reduce más o menos a lo siguiente - falta, decía ella, la palabra que fundaría la palabra en cuanto acto. De entre las palabras, ha de haber una que funde la palabra como acto en el sujeto. Esto está claramente en la misma vía de lo que ahora estoy abordando.

Al subrayar el hecho de que en alguna parte en la palabra ha de haber algo que funde la palabra como verdadera, la Sra. Pankow manifiesta una exigencia de estabilización de todo el sistema. Con este fin, ella ha recurrido a la perspectiva de la personalidad, lo cual al menos tiene el mérito de ser un testimonio de la insuficiencia de un sistema que nos deja en la incertidumbre y no nos permite una deducción ni una construcción suficientes.

No creo en absoluto que sea así como pueda formularse. Esta referencia personalista, sólo la creo psicológicamente fundada en el sentido siguiente, que no podemos dejar de tener la sensación y el presentimiento de las significaciones crean ese callejón sin salida que supuestamente desencadena el desconcierto profundo del sujeto cuando es un esquizofrénico. Pero tampoco podemos dejar de tener la sensación y el presentimiento de que debe de haber algo en el origen de este déficit, y no tan sólo la experiencia impresa de los callejones sin salida de las significaciones, sino la falta de algo que funda la propia significación y que es el significante - y algo más, lo que voy a abordar hoy, precisamente. No se trata de algo que se plantee simplemente como personalidad, lo que funda la palabra como acto, según decía ayer por la noche la Sra. Pankow, sino de algo que se plantea como dando autoridad a la ley.

Nosotros aquí llamamos ley a lo que se articula propiamente en el nivel del significante, a saber, el texto de la ley.

No es lo mismo decir que ha de haber ahí una persona para sostenerla autenticidad de la palabra, que decir que algo autoriza el texto de la ley. En efecto, a lo que autoriza el texto de la ley le basta con estar, por su parte, en el nivel del significante. Es lo que yo llamo el Nombre del Padre, es decir, el padre simbólico. Es un término que subsiste en el nivel del significante, que en el Otro, en cuanto sede de la ley, representa al Otro. Es el significante que apoya a la ley, que promulga la ley. Es el Otro en el Otro.

Esto mismo expresa, precisamente, aquel mito necesario para el pensamiento de Freud que es el mito del Edipo. Obsérvenlo con más atención. Si es necesario que él mismo proporcione el origen de la ley bajo esta forma mítica, si hay algo que hace que la ley esté fundada en el padre, es necesario el asesinato del padre. Las dos cosas están estrechamente vinculadas - el padre como quien promulga la ley es el padre muerto, es decir, el símbolo del padre. El padre muerto es el Nombre del Padre, que se construye a partir del contenido.

Eso es del todo esencial. Voy a recordarles por qué.   LINK  1 JBB

¿En torno a qué centré todo lo que les enseñé hace dos años sobre la psicosis? En torno a lo que llamé la Verwerfung. Traté a hacérsela percibir como distinta de la Verdrängung, es decir, distinta del hecho de que la cadena significante siga desplegándose y ordenándose en el Otro, lo sepas tú o no lo sepas, y ése es esencialmente el descubrimiento freudiano.

La Verwerfung, les dije, no es simplemente lo que está más allá de nuestro acceso, es decir lo que está en el Otro como reprimido en cuanto significante. Esto es la Verdrängung y es la cadena significante. Lo demuestra que continúe actuando sin que tú le des la menor significación, que determine la más mínima significación sin que tú la conozcas como cadena significante.

También les dije que hay otra cosa que, en este caso, está verworfen. Puede haber en la cadena de los significantes un significante o una letra que falte, que siempre falte en la tipografía. El espacio del significante, el espacio del inconsciente, es en efecto un espacio tipográfico, que es preciso tratar de definir como constituido de acuerdo con líneas y pequeñas casillas, y según leyes topológicas. En una cadena de los significantes, algo puede faltar. Han de comprender ustedes la importancia de la falta de este significante particular del que acabo de hablarles, el Nombre del Padre, dado que funda el hecho mismo de que haya ley, es decir, articulación en un cierto orden del significante - complejo de Edipo, o la ley del Edipo, o ley de prohibición de la madre. Es el significante que significa que en el interior de este significante, el significante existe.

Es esto, el Nombre del Padre. Como ustedes ven, es, en el interior del Otro, un significante esencial, alrededor del cual traté de centrarles lo que ocurre en la psicosis. A saber, que el sujeto ha de suplir la falta de este significante que es el Nombre del Padre. Todo lo que llamé la reacción en cadena, o la desbandada, que se produce en la psicosis, se ordena en tomo a esto.

2

¿Qué he de hacer ahora? ¿He de ponerme enseguida a recordarles lo que les dije a propósito del Presidente Schreber? ¿O bien he de mostrarles primero, de forma todavía más precisa, en detalle, cómo articular lo que acabo de indicarles en el esquema de este año?

Para mi gran sorpresa, este esquema no interesa a todo el mundo, pero de todas formas interesa a algunos. Fue construido, no lo olviden, para presentarles lo que ocurre en un nivel que merece el nombre de técnico, la técnica del chiste. Se trata de algo muy singular, puesto que el Witz puede ser fabricado, manifiestamente, de la forma más inintencional del mundo para el sujeto. Como se lo he demostrado, el chiste, a veces, no es sino el reverso de un lapsus, y la experiencia muestra que muchos chistes nacen de esta forma - a posteriori uno se da cuenta de que ha sido agudo, pero la agudeza ya se ha ido ella sola. En algunos casos esto se podría considerar exactamente lo contrario, un signo de candidez, y la última vez me referí al chiste ingenuo.

El chiste, con la satisfacción que de él resulta y que es particular - alrededor de esto traté de organizarles este esquema el pasado trimestre. Se trataba de encontrar cómo concebir el origen de la satisfacción especial que proporciona. Esto nos hace remontamos nada menos que a la dialéctica de la demanda a partir del ego.

Recuerden el esquema de lo que podría llamar el momento simbólico ideal primordial, que es del todo inexistente.

El momento de la demanda satisfecha está representado por la simultaneidad de la intención, que va a manifestarse como mensaje, y la llegada del propio mensaje al Otro. El significante - de él se trata, pues esta cadena es la cadena significante - llega al Otro. La perfecta identidad, simultaneidad, superposición exacta, entre la manifestación de la intención, que es la intención del ego, y el hecho de que el significante en cuanto tal es admitido en el Otro, está en el principio de la posibilidad misma de la satisfacción de la palabra. Si este momento que llamo el momento primordial ideal existe, debe de estar constituido por la simultaneidad, la coextensividad exacta del deseo en tanto que se manifiesta y el significante en tanto que es su portador y lo soporta. Si este momento existe, la continuación, es decir lo que viene tras el mensaje cuando éste pasa al Otro, se realiza a la vez en el Otro y en el sujeto, y corresponde a lo que es necesario para que haya satisfacción. Éste es precisamente el punto de partida necesario para que comprendan que eso nunca sucede.

O sea, por la naturaleza del efecto del significante, lo que llega aquí, a M, se presenta como significado, es decir, como algo hecho de la transformación, de la refracción del deseo debido a su paso por el significante. Por esta razón esas dos líneas se entrecruzan. Es para que adviertan el hecho de que el deseo se expresa y pasa por el significante.

El deseo cruza la línea significante, y en su entrecruzamiento con la línea significante, ¿con qué se encuentra? Se encuentra con el Otro. Enseguida veremos, porque será preciso volver a este punto, qué es ese Otro en el esquema. Se encuentra con el Otro, no les he dicho como una persona, se lo encuentra como tesoro del significante, como sede del código. Ahí es donde se produce la refracción del deseo por el significante. El deseo llega, pues, como significado distinto de lo que era al comienzo, y he aquí, no por qué vuestra hija es muda, sino por qué vuestro deseo siempre es cornudo. O, más bien, tú eres el cornudo. Eres tú mismo el traicionado porque tu deseo se acuesta con el significante. No sé cómo tendría que articular mejor las cosas para que entiendan. Toda la significación del esquema es hacerles visualizar el concepto de que el paso del deseo – como emanación, incursión del ego radical - a través de la cadena del significante, introduce de por sí un cambio esencial en la dialéctica del deseo.

Está muy claro que, en lo que a la satisfacción del deseo se refiere, todo depende de lo que ocurre en este punto A, definido de entrada corno lugar del código y que, ya de por sí, ab origine, por el solo hecho de su estructura de significante, produce una modificación esencial en el deseo en su franqueamiento de significante. Aquí está implicado todo el resto, porque no está solamente el código, también hay algo más. Me sitúo aquí en el nivel más radical, aunque, por supuesto, está la ley, están las prohibiciones, está el superyó, etcétera. Pero para comprender cómo están edificados estos diversos niveles es preciso comprender que, ya en el nivel más radical, tan pronto le hablas a alguien hay un Otro, otro Otro en él como sujeto del código, y que nos encontramos ya sometidos a la dialéctica de encornudamiento (1) del deseo. Así, todo depende, tal como se comprueba, de lo que ocurre en este punto de cruce, A, en este franqueamiento.

Se comprueba que toda satisfacción posible del deseo humano dependerá de la conformidad entre el sistema significante en cuanto articulado en la palabra del sujeto y, como diría Perogrullo, el sistema del significante en cuanto basado en el código, es decir en el Otro como lugar y sede del código. Un niño pequeño, con oírlo, quedaría convencido, y no pretendo que con esto que acabo de explicarles vayamos a dar un paso más. Pero aún hay que articularlo.

Aquí es donde vamos a abordar la articulación que quiero plantearles entre este esquema y lo que hace un momento les anuncié como esencial en relación con la cuestión del Nombre del Padre. Verán ustedes cómo se prepara y se dibuja, no cómo se engendra, ni sobre todo cómo se engendra a sí mismo, porque para llegar ha de dar un salto. No todo se produce en la continuidad, pues lo propio del significante es precisamente que es discontinuo.

¿Qué nos aporta la técnica del chiste en la experiencia? Es lo que he tratado de hacerles percibir. Aunque no suponga ninguna satisfacción particular inmediata, el chiste consiste en que en el Otro ocurre algo que simboliza lo que podríamos llamar la condición necesaria para toda satisfacción. A saber, que se te escucha más allá de lo que dices. En efecto, en ningún caso lo que dices puede verdaderamente hacer que se te oiga.

La agudeza se desarrolla propiamente en la dimensión de la metáfora, es decir más allá del significante en tanto que con él tratas de significar algo y, a pesar de todo, siempre significas otra cosa. Precisamente en lo que se presenta como un traspié del significante es donde hallas satisfacción, simplemente porque mediante esta señal el Otro reconoce aquella dimensión, más allá, en la cual se ha de significar lo que está en juego y tú no puedes significar. Esta dimensión es la que nos revelará la agudeza.

Este esquema se basa, pues, en la experiencia. Nos hemos visto en la necesidad de construirlo para explicar lo que ocurre en la agudeza. Lo que en ella remedia, hasta el punto de proporcionarnos una especie de felicidad, el fracaso de la comunicación del deseo por la vía del significante, se realiza de la forma siguiente - el Otro admite un mensaje como impedido, fracasado, y en este mismo fracaso reconoce la dimensión más allá donde se sitúa el verdadero deseo, es decir, aquello que debido al significante no llega a ser significado.

Como ustedes ven, aquí la dimensión del Otro se amplía por poco que sea. Y, en efecto, ya no es sólo la sede del código sino que interviene como sujeto, admitiendo un mensaje en el código y complicándolo. O sea que ya está en el nivel de quien constituye la ley propiamente dicha, pues es capaz de añadir esta ocurrencia, este mensaje, como suplementario, es decir como algo que designa, por sí mismo, el más allá del mensaje.

Por esta razón este año, cuando se trataba de las formaciones del inconsciente, empecé hablándoles de la agudeza. Ahora tratemos de examinar detenidamente - y en una situación menos excepcional que la de la agudeza -este Otro, pues en su dimensión tratamos de descubrir la necesidad de aquel significante que funda el significante, como significante que instaura la legitimidad de la ley o del código. Volvamos, pues, a nuestra dialéctica del deseo.

Cuando nos dirigimos al otro, no vamos a expresar-nos constantemente por medio de la agudeza. Si pudiéramos hacerlo, en cierto modo seríamos más felices. Es lo que trato de hacer yo en el breve tiempo del discurso que les dirijo. No siempre lo consigo. Si es culpa de ustedes o es culpa mía, desde este punto de vista es absolutamente indiscernible. Pero en fin, en el terreno prosaico de lo que ocurre cuando me dirijo al otro, hay una palabra que nos permite darle un fundamento de la forma más elemental, y que es absolutamente maravillosa en francés si se piensa en todos los equívocos que permite, en todos los retruécanos - me ruborizaría emplearlos aquí, salvo de la forma más discreta. Tan pronto diga esa palabra, recordarán enseguida la invocación a la que me remito. Es la palabra Tú. (2)

Este Tú es absolutamente esencial en lo que he llamado en diversas ocasiones la palabra plena, la palabra como fundadora en la historia del sujeto, el Tú de Tú eres mi maestro, o Tú eres mi mujer. Este Tú es el significante de la llamada al Otro, y les recuerdo, a quienes tuvieron a bien seguir toda la cadena de mis seminarios sobre las psicosis, el uso que de él hice, la demostración a la que traté de dar vida ante ustedes de la distancia entre Tú eres quien me seguirás, con una s, y Tú eres quien me seguirá. (3) Lo que ya entonces abordaba para ustedes, algo en lo que traté de ejercitarles, es precisamente lo mismo a lo que voy a referirme ahora, ya le di su nombre.

Hay en estas dos frases, con sus diferencias, una llamada. Más en una que en la otra, incluso completamente en una y nada en absoluto en la otra. En el Tú eres quien me seguirás, hay algo que no está en el Tú eres quien me seguirá, y es lo que se llama invocación. Si digo Tú eres quien me seguirás, te invoco, te otorgo ser aquel que me seguía, suscito en ti el sí que dice Soy tuyo, me consagro a ti, yo soy quien te seguirá. Pero si digo Tú eres quien me seguirá, no hago nada parecido sino que anuncio, constato, objetivo e incluso, a veces, rechazo. Puede significar - Tú eres el que me seguirá siempre, y estoy hasta la coronilla. En la forma más ordinaria y más consecuente en que esta frase es pronunciada, se trata de un rechazo. La invocación, por supuesto, exige una dimensión muy distinta, a saber, que yo haga depender mi deseo de tu ser, en el sentido de que te llamo a entrar en la vía de este deseo, cualquiera que pueda ser, de una forma incondicional.

Es el proceso de la invocación. Esta palabra significa que apelo a la voz, es decir, al soporte de la palabra. No a la palabra sino al sujeto en cuanto él la sostiene, y por eso aquí me encuentro en el nivel que hace un momento he llamado el nivel personalista. Por eso, ciertamente, los personalistas lo usan con exageración, el Tú, tú, tú, tú todo el día, el Tú y el para ti. El Sr. Martín Buber, por ejemplo, cuyo nombre pronunció la Sra. Pankow de paso, es en este registro un nombre eminente.

Por supuesto, hay ahí un nivel fenomenológico esencial, y no podemos evitar pasar por él. Tampoco hay que ceder a sus espejismos, o sea, prosternarse. La actitud personalista - es el peligro que encontramos en este nivel - desemboca de bastante buena gana en la prosternación mística. ¿Y por qué no? No le negamos a nadie ninguna actitud, tan sólo reclamamos el derecho a comprender tales actitudes, y por otra parte el personalismo no nos lo niega, pero sí nos lo niega el cientifismo - si empiezas a atribuir alguna autenticidad a la posición mística, se considera que tú también caes en una complacencia ridícula.

Toda estructura subjetiva, sea cual sea, si podemos seguir lo que articula, es estrictamente equivalente a cualquier otra desde el punto de vista del análisis subjetivo. Sólo los cretinos imbéciles como el Sr. Blondel, el psiquiatra, pueden plantear, en nombre de una pretendida conciencia mórbida inefable de lo vivido del otro, una objeción a lo que no se presenta como inefable sino como articulado y, en cuanto tal, debería ser rechazado, debido a una confusión cuyo origen es la creencia de que lo no articulado está más allá, cuando no es así en absoluto - lo que está más allá se articula. En otras palabras, en lo que al sujeto se refiere, aunque sea delirante o místico, no se debe hablar de inefable. En el nivel de la estructura subjetiva estamos en presencia de algo que sólo puede presentarse como se presenta, y que se presenta, pues, en consecuencia, con su entero valor en su nivel de credibilidad.

Si hay algo inefable, ya sea en el delirante, ya sea en el místico, por definición no habla de ello, porque es inefable. Entonces, no hemos de juzgar lo que articula, a saber sus palabras, a partir de aquello de lo que no puede hablar. Si bien se puede suponer que haya algo inefable, y de buen grado lo suponemos, nunca nos negamos a captar lo que se demuestra como estructura en una palabra, sea cual sea, con el pretexto de que hay algo inefable. Como ahí podemos extraviarnos, entonces renunciamos. Pero si no nos perdemos por ahí, el orden que esta palabra demuestra y revela se debe tomar tal como es. En general nos percatamos de que es infinitamente más fecundo tomarla así y tratar de articular el orden que plantea, a condición de tener puntos de referencia adecuados, y en esto es en lo que aquí nos esforzamos. Si partiéramos de la idea de que la palabra está hecha esencialmente para representar el significado, enseguida nos extraviaríamos, porque sería volver a caer en las oposiciones de antes, o sea que el significado no lo conocemos.

El Tú en cuestión es aquel a quien invocamos. Mediante la invocación, sin duda, la impenetrabilidad personal subjetiva resultará concernida, pero no es en este nivel donde tratamos de alcanzarla. ¿Qué es lo que está en juego en toda invocación? La palabra invocación tiene un sentido histórico. Es lo que se producía mediante cierta ceremonia que los antiguos, no más sensatos que nosotros en algunas cosas, practicaban antes del combate. Esta ceremonia consistía en hacer lo necesario - probablemente ellos lo sabían - para poner de su parte a los dioses de los otros. Esto exactamente quiere decir la palabra invocación, y en esto reside la relación esencial a la que los conduzco ahora, en esta segunda etapa, la de la llamada, necesaria para que el deseo y la demanda sean satisfechos.

No basta simplemente con decirle al Otro tú, tú, tú y obtener una participación de lo que palpita. Se trata de darle la misma voz que nosotros deseamos que tenga, de evocar aquella voz, presente precisamente en la agudeza como su dimensión propia. La agudeza es una provocación que no logra la gran proeza, que no alcanza el gran milagro de la invocación. Es en el nivel de la palabra, y en tanto que se trata de que esa voz se articule conformemente a nuestro deseo, donde la invocación se sitúa.

Aquí volvemos a encontramos con que toda satisfacción de la demanda, como depende del Otro, quedará pendiente de lo que se produce aquí, en este vaivén giratorio del mensaje al código y del código al mensaje, que permite que mi mensaje sea autentificado por el Otro en el código. Volvemos al punto anterior, es decir, a lo que constituye la esencia del interés que entre todos le concedemos este año a la agudeza.

De paso les haré comprobar simplemente que si hubieran tenido este esquema, es decir, si hubiera podido, no dárselo, sino forjárselo en el momento del seminario sobre las psicosis, si hubiéramos hallado, juntos y en el mismo momento, la misma ocurrencia, hubiera podido representarles aquí encima lo que le ocurre esencialmente al Presidente Schreber cuando se ha convertido en la víctima, en el sujeto absolutamente dependiente de sus voces.





Observen atentamente el esquema que está detrás de mí y supongan simplemente que esté verworfen todo lo que, de cualquier forma, pueda corresponder en el Otro a ese nivel que llamo el del Nombre del Padre, el cual encarna, especifica, particulariza, lo que acabo de explicarles, a saber, representar en el Otro al Otro en tanto que le da su peso a la ley. Pues bien, si suponen ustedes la Verwerfung del Nombre del Padre, a saber, que este significante está ausente, verán ustedes que los dos vínculos que he enmarcado aquí, a saber, la ida y vuelta del mensaje al código y del código al mensaje, resultan de esta manera destruidos e imposibles. Esto les permite trasladar a este esquema los dos tipos fundamentales de fenómenos de voces que experimenta el Presidente Schreber en sustitución de este defecto, de esta falta.

Precisaré que si este hueco o este vacío aparece es porque ha sido evocado al menos una vez el Nombre del Padre - porque lo que ha sido llamado en un momento dado en el nivel del Tú era precisamente el Nombre del Padre, en cuanto capaz de admitir el mensaje y, por este motivo, garante de que la ley se presente como autónoma. Este es el punto del vuelco, del viraje, que precipita al sujeto en la psicosis, y dejo de lado por ahora cómo, en qué momento y por qué.

Aquel año empecé mi discurso sobre la psicosis partiendo de una frase que les había extraído de una de mis presentaciones de enfermos. Se captaba muy bien en qué momento se producía, en la frase murmurada por la paciente, Vengo de la charcutería, un vuelco hacia el otro lado. Era cuando la palabra marrana aparecía en aposición. Al no ser asumible más allá de ese punto, integrable para el sujeto, se volcaba, por su propio movimiento, por su propia inercia de significante, hacia el otro lado del guión de la réplica, en el Otro. Se trataba de pura y simple fenomenología elemental En Schreber, ¿cuál es el resultado de la exclusión de los vínculos entre e mensaje y el Otro? El resultado se presenta en forma de dos grandes categorías de voces y de alucinaciones.

Está, en primer lugar, la emisión, en el Otro, de los significantes de lo que se presenta como la Grundsprache, la lengua fundamental. Son elementos originales del código, articulables unos con respecto a los otros. pues esta lengua fundamental está tan bien organizada que cubre literalmente el mundo con su red de significantes, sin que haya ninguna otra cosa segura y cierta salvo que se trata de la significación esencial, total. Cada una de estas palabras tiene su propio peso, su acento, su empuje de significante. El sujeto las articula unas con respecto a otras. Cada vez que quedan aisladas, la dimensión propiamente enigmática de la significación, al ser infinitamente menos evidente que la certeza que incluye, resulta del todo asombrosa. En otros términos, el Otro sólo emite aquí, por así decirlo, más allá del código, sin ninguna posibilidad de integrar en él lo que pueda venir del lugar donde el sujeto articula su mensaje.

Por otra parte, con sólo que restituyan ustedes aquí las flechitas, vienen mensajes. No quedan de ningún modo autentificados por el retorno desde el Otro, en cuanto soporte del código, hasta el mensaje, ni integrados en el código con una intención cualquiera, sino que vienen del Otro como cualquier otro mensaje, pues un mensaje sólo puede partir del Otro, porque está hecho de una lengua que es la del Otro - incluso cuando se origina en nosotros mismos imitando a otro. Estos mensajes partirán, pues, del Otro, y saldrán de este punto para articularse en declaraciones como - Y ahora quiero darle... En especial, quiero esto para mí.. Y ahora, eso debe, sin embargo...

¿Qué es lo que falta? El pensamiento principal se expresa en la lengua fundamental. Las propias voces, que conocen toda la teoría, dicen igualmente – Nos falta reflexión. Esto significa que del Otro parten, en efecto, mensajes de la otra categoría de mensajes. Es un tipo de mensajes que no es posible admitir como tales. El mensaje se manifiesta aquí en la dimensión pura y quebrada del significante, como algo que sólo más allá de sí mismo tiene su significación, algo que, por el hecho de no poder participar en la autentificación mediante el Tú, se manifiesta como si su único objeto fuese presentar como ausente la posición del Tú donde la significación se autentifica. Por supuesto, el sujeto se esfuerza por completar esta significación, aporta por lo tanto los complementos de sus frases - Ahora no quiero, dicen las voces, pero en otra parte se dice que él, Schreber, no puede confesar que es una... El mensaje queda interrumpido aquí porque no puede pasar por la vía del Tú, sólo puede llegar al punto gamma como mensaje interrumpido.

Creo haberles indicado suficientemente que la dimensión del Otro, al ser el lugar del depósito, el tesoro del significante, supone, para que pueda ejercer plenamente su función de Otro, que también tenga el significante del Otro en cuanto Otro. El Otro tiene, él también, más allá de él, a este Otro capaz de dar fundamento a la ley. Es una dimensión que, por supuesto, pertenece igualmente al orden del significante y se encarna en personas que soportarán esta autoridad. Que, dado el caso, esas personas falten, que haya por ejemplo carencia paterna en el sentido de que el padre es demasiado tonto, eso no es lo esencial. Lo esencial es que el sujeto, por el procedimiento que sea, haya adquirido la dimensión del Nombre del Padre.

Por supuesto, lo que ocurre efectivamente, y pueden advertirlo en las biografías, es que a menudo el padre lava los platos en la cocina con el delantal de su mujer. Con eso no es suficiente para determinar una esquizofrenia.

3

Ahora voy a poner en la pizarra el pequeño esquema con el cual voy a introducir lo que les diré la próxima vez, y que nos permitirá establecer lo delicado de la distinción, que puede parecerles un poco escolástica, entre el Nombre del Padre y el padre real - el Nombre del Padre en tanto que llegado el caso puede faltar y el padre que, según parece, no ha de estar tan presente para que no falte. Voy a introducir, pues, lo que será el objeto de mi lección del próximo día, a saber, lo que desde hoy titulo la metáfora paterna.

Un nombre nunca es un significante como los otros. Sin duda, es importante tenerlo, pero ello no significa que se acceda a él - como tampoco a la satisfacción del deseo, cornudo de entrada, como, les decía hace un momento. Por eso, en el acto, el famoso acto de la palabra del que nos hablaba ayer la Sra. Pankow, donde se realizará concretamente, psicológicamente, la invocación de la que hablaba hace un instante es en la dimensión que llamamos metafórica.

En otros términos, el Nombre del Padre hay que tenerlo, pero también hay que saber servirse de él. De esto pueden depender mucho el destino y el resultado de todo este asunto.

Hay palabras reales que se producen alrededor del sujeto, especialmente en su infancia, pero la esencia de la metáfora paterna, que hoy les anuncio y que comentaremos más extensamente la próxima vez, consiste en el triángulo siguiente -





Tenemos, por otra parte, este esquema -





Todo lo que se realiza en S, sujeto, depende de los significantes que se colocan en A. A, si es verdaderamente el lugar del significante, ha de ser él mismo portador de algún reflejo de aquel significante esencial que les represento aquí en este zigzag, que en otro lugar llamo, en mi artículo sobre “La carta robada", el esquema L..

Tres de estos cuatro puntos cardinales vienen dados por los tres términos subjetivos del complejo de Edipo, en cuanto significantes, que encontramos en cada vértice del triángulo. Volveré a hablar de ello la próxima vez, pero de momento les ruego que admitan lo que les digo, como para abrirles el apetito.

El cuarto término es S. Éste es, en efecto - no sólo se lo concedo, de eso partimos -, inefablemente estúpido, porque no posee su significante. Está fuera de los tres vértices del triángulo edípico, y depende de lo que ocurra en ese juego. En esta partida es el muerto. Incluso, si el sujeto resulta ser dependiente de los tres polos llamados ideal del yo, superyó y realidad, es porque la partida está estructurada así - quiero decir que no se desarrolla sólo como una partida particular, sino como una partida que se instituye como regla.

Pero para comprender la transformación de la primera tríada en la otra, es preciso ver que, por muy muerto que esté, el sujeto, puesto que hay sujeto, en esa partida no obtiene nada a cambio. (4) Desde este punto inconstituido donde se encuentra, va a tener que participar - si no con su dinero, tal vez todavía no lo tiene, por lo menos con su piel, es decir con sus imágenes, su estructura imaginaria y todo lo que de ello se deriva. Por eso el cuarto término, S, se representará en algo imaginario que se opone al significante del Edipo y que ha de ser también, para que case, ternario.

Por supuesto, hay todo un stock, todo el bagaje de las imágenes. Para saberlo, abran los libros del Sr. Jung y de su escuela, y verán que imágenes hay un sinfín - brotan y vegetan por todas partes -, la serpiente, el dragón, las lenguas, el ojo llameante y la planta verde, el jarro de flores, la guardiana. Todas ellas son imágenes fundamentales, indiscutiblemente atiborradas de significación, lo que ocurre es que no hay estrictamente nada que hacer con ellas, y si te paseas por este nivel, todo lo que consigues es perderte con tu lamparita en la selva vegetante de los arquetipos primitivos.

Con respecto a lo que nos interesa, o sea, la dialéctica intersubjetiva, hay tres imágenes seleccionadas - articulo con cierta fuerza mi pensamiento - para tomar el papel de guías. No es difícil comprenderlo, pues hay algo en cierto modo completamente dispuesto, no sólo a ser homólogo a la base del triángulo madre-padre-niño, sino a confundirse con ella - es la relación del cuerpo despedazado, y al mismo tiempo envuelto en buen número de esas imágenes de las que hablábamos, con la función unificante de la imagen total del cuerpo. Dicho de otra manera, la relación del yo con la imagen especular nos da ya la base del triángulo imaginario, indicado aquí en línea de puntos.




El otro punto, ahí es precisamente donde vamos a ver el efecto de esa metáfora paterna.

Este otro punto lo introduje en mi seminario del año pasado sobre la relación de objeto, pero ahora lo verán ocupar su lugar entre las formaciones del inconsciente. Este punto creo que lo han reconocido ustedes sólo haberlo visto aquí, como tercero, con la madre y el niño. Aquí lo ven ustedes dentro de otra relación, que no les disimulé en absoluto el año pasado, puesto que acabamos con la relación entre el Nombre del Padre y lo que había hecho surgir el fantasma del caballito de nuestro Juanito. Es tercer punto - al fin voy a nombrarlo, creo que todos ustedes lo tienen en la punta de la lengua - no es otro que el falo. Y por eso el falo ocupa un lugar de objeto tan central en la economía freudiana.

Sólo con esto basta para mostramos cómo se extravía el psicoanálisis de hoy. Se aleja de él cada vez más. Diluye la función fundamental del falo, con el cual el sujeto se identifica imaginariamente, para reducirlo a la noción del objeto parcial. Esto nos devuelve a la comedia.

Voy a dejarles aquí por hoy, tiras haberles demostrado por qué vías el discurso complejo en el que trato de conjuntar todo lo que les he presentado se ensambla y se mantiene unido.



NOTA DEL TRADUCTOR

(1) Cocufication. [N. del T.]
(2) El equívoco al que se alude es entre tu (tú) y tue (mata). [N. del T.]
(3) Tu es celui qui me suivra / Tu es celui qui me suivras. Unas líneas más abajo: Tu es celui qui me suivra toujours, et j'en ai ma claque. [N. del T.]
(4) En est pour ses frais. Expresión que significa "sin obtener nada a cambio", “sin esperanza” [N. del T.]